El encuentro II


Llegué a mi habitación con ganas de caer sobre la cama y dejar lentamente de respirar con la almohada taponando la entrada de oxígeno en mi cuerpo. Eran cerca de las tres y la noche había sido lo suficientemente larga como para querer perderme en uno de esos paraísos perdidos sola. 

Sola.

Hacía tanto tiempo que no sabía lo que significaba esa palabra que mi piel se erizó al pensar en ella. 

Pero algo en el fondo de mi cabeza me gritaba que encendiera mi ordenador y comenzara a escribir el borrador de la crítica del concierto de hoy para mi blog. Y yo, como de costumbre, escuché antes a las vocecitas de mi cabeza que al propio raciocinio que me pedía de forma exasperante que me fuera ya a dormir. 
Y ahí estaba, un comentario en la crítica de Paris Je T'aime. ¿Casualidad? 
El corazón se me aceleró al ver la notificación y en mi cabeza una imagen había decidido instalarse. "El que vuela", recordé.
Alguien llamado Lucas había comentado mi publicación hacía apenas diez minutos. Hablaba de lo impecable de la redacción y del cariño con el que lo había escrito finalizando con un "¿puede ser que sea tu película favorita? Soy el torpe que no sabe llamar a la puerta." Me reí y decidí apresurarme a contestarle con un "Veo que además de torpe, usted sabe encontrar los dobles sentidos escondidos entre las palabras." 
Mientras evitaba morderme las uñas o parecer idiota con una sonrisa de oreja a oreja, decidí comprobar el correo. Y ahí también estaba él. Un mensaje directo para mí:

"Quizás te lo dicen mucho, pero además de ser amable y divertida con la gente que no conoces, pareces alguien muy interesante. Tal vez sea un error escribirte por aquí pero algo, como una vocecita en mi cabeza, me obligaba a buscarte y hablarte. Desprendes algo que no sabría definir con palabras. 
Pensarás que soy un loco y otro moscón más. Lo siento."

Y sin quitarme la maldita sonrisa que parecía haber llegado para quedarse, le contesté rápidamente:

"¿Otro moscón más? Creo que es el primer email que recibo a través del blog, no sé qué concepto tienes de un sitio donde escribo opiniones que no le importan a nadie sobre temas que le importan todavía a menos gente, pero no suelo recibir mensajes, no. 
Has descrito a la perfección algo que no tiene descripción. Pero yo ya te lo dije esta mañana, pareces el que vuela, no sé explicarme de otra forma.
Creo que desde que te "conozco" has dicho más veces "lo siento" que en todo el tiempo que llevo viviendo, no hace falta que te disculpes todo el tiempo por tu forma de pensar. O por lo menos, conmigo no." 

No pasó ni un minuto cuando recibí su siguiente mensaje:

"Apaga la luz que te van a comer los mosquitos."

Comencé a reír como hacía mucho tiempo que no lo hacía y recibí otro al instante:

"Si sigues riendo de esa forma, vas a despertar a tus compañeras."

Y sin pensarlo demasiado, contesté:

"Si quieres entrar, entra, pero si sigues espiándome me veré en la obligación de llamar a la policía. Creo que tengo un torpe, loco y acosador moscón que me persigue vía internet. Deberías llevar cuidado por si decide atacarte." 

Me asomé a la ventana y ahí estaba él, el que vuela, terminando de leer el mensaje y con la misma cara de idiota que yo tenía desde el primer comentario. 

Capítulo II

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2014/01/capitulo-i.html)

Él... él se ha ido. Él se ha ido dejando una nota encima de la mesa.
Él se ha ido sin besos de despedida. Él se ha ido sin pañuelos blancos ondeando con el viento. Él se ha ido sin miradas llenas de angustia, sin suspiros que provocan tormentas. Se ha ido sin abrazos que saben a final, sin gritos de rabia contra la almohada. Él, simplemente, se ha ido. 

Y yo me encuentro mirando por la ventana mientras me enciendo el tercer cigarrillo de la mañana. Aún no he dejado de llorar desde que leí su nota. Nota que se me ha clavado como un puñal en el alma. Sigo mirando, esperando su vuelta dramática con las maletas en las manos y pidiéndome entre lágrimas que nos fuguemos juntos y lo dejemos todo atrás. Siempre he sido una ingenua. 
Quizás él nunca cumpla sus promesas, pero no me voy a sentar a esperar que lo haga. Quizás el hecho de que se haya ido sin más me da pistas de sus intenciones. Voy a cumplir la promesa que me hizo, porque esto no se puede acabar aquí. Me niego a creerlo. Voy a escribir nuestra historia. Y voy a escribir el final que quiero en ella, porque quizás, si yo creo lo que puede pasar, termine saltando a las líneas de la realidad. Y si me vuelvo loca escribiendo, me volveré loca por un amor que pudo ser y nunca fue. 

Pero empecemos por el principio, empecemos describiéndole. Empecemos describiendo a Sandy. 

Lucas. 22 años (hasta julio). Estudiante de periodismo. Natural de un pueblo de Alicante. Alto, moreno, con barba. Penetrantes ojos verdes. Sonrisa que ilumina.
A Lucas no esperes encontrarle en el metro. No esperes encontrarle en la calle. Pero, quizás, si me hubiera cruzado con él alguna vez en el metro, me habría parado a mirarle y a pensar si me gusta o no. Porque yo soy de esa clase de chicas que necesita pensar antes de sentir. Y luego, cuando empieza a sentir, se olvida de pensar. Me habría parado a observar esa mirada de mil fantasmas acosándole. Esa mirada de auxilio. Esa mirada que grita, a pesar de su forma pausada y paciente de hablar. Probablemente, nuestras miradas se habrían cruzado y me hubiera cazado observando sus ojos, y mira que yo soy poco de mirarlos, hay algunos que hipnotizan. Es muy posible que yo me sonrojara. Mucho. Y él empezara a reír sin hacer ruido. Y yo me habría reído igual. Y en la siguiente parada, entre el bullicio de gente, yo habría desaparecido y su mirada, visiblemente desahogada en apenas unos instantes, se hubiera vuelto de nuevo angustiada y pesarosa.
Lucas es esa clase de chicos que te gustan por su físico y te enamoran por su mente. Creo que no he conocido a alguien tan parecido a mí y a la vez tan distinto. Dicen que cuándo no sabes lo que sientes, lo que realmente estás sintiendo es el amor. Sinceramente, hasta conocerle a él, yo hubiera jurado mil y una vez que el amor sólo era una conspiración mercantil de las canciones y las películas acompañado de una reacción química, para que todos creamos en que existe algo, aunque seas ateo. 
Pero Lucas tiene ese efecto. Es capaz de hacerte pensar en cada una de las cosas que crees y reflexionar hasta encontrar un punto intermedio entre ambos. Un punto intermedio que resulta ser el punto perfecto, la visión más racional. 
Lucas no sólo ha cambiado mi forma de reflexionar, ha cambiado mi forma de ser. Me ha cambiado por completo. Si antes no creía en el amor, ahora soy la persona que más cree en él. Si antes no creía en el destino, ahora creo firmemente que tiene una gran historia reservada para nosotros, que ni el viento, ni el mar, ni siquiera Marla y su dinero, podrán tumbar. 
También quiero plasmar el amor de Lucas por la música. Es extraño encontrar alguien así, pero al igual que yo, Lucas es mejor expresándose con canciones (de Bruce, sobre todo) que con palabras. Lucas es esa persona que puede enamorarte explicándote el verdadero sentido de The Wall. O que puede pasarse un fin de semana, sin parar, viendo tantas películas que al final no sepa en qué realidad vive. 
Quizás se haya vuelto medio loco por todo esto, pero para mí, todos sus defectos son simples estrategias de  la vida para hacerle especial. Y sus virtudes le extrapolan a una dimensión que nadie conoce. Le hacen ser el que vuela. 

Y sin más dilación, creo que debería empezar a contar nuestra historia. Dedicada a ti, Lucas. A nuestro amor imposible, a nuestro amor invencible. A nosotros. Para que este amor dure para siempre. Para que este amor sea inmortal. 

Annie.

Lo peor de que tu chico sea abogado es que nunca sabes si los motivos para justificar su conducta son de parte del acusado o del acusador. Es decir, nunca sabes si está de parte de la víctima o del delincuente.  Puesto que él se representa a sí mismo contra la acusación, es decir, yo misma, vamos a aceptar que está de parte del delincuente.
Otra cosa no lo sé, pero a mentir les enseñan de puta madre en la carrera. Ah, y a perder la poca sensibilidad que puedan tener. Les enseñan a defender lo indefendible y a hacerte parecer a ti la loca paranoica que se inventa historias en su cabeza. Pero con la iglesia hemos topado: no pretendas tachar de loca a una psiquiatra, porque no cuela.

Y así podríamos resumir mi vida amorosa en los últimos diez años. Toda una gran variedad de mentirosos compulsivos con necesidad de que alguna tonta le calentara la cama por las noches.

Me llamo Annie y parece que he encontrado a la persona más maravillosa del mundo. No sé si es porque el karma me ha devuelto todas las que me debe o si es porque va a resultar ser un pervertido que le gusta tocarse viendo vídeos de comuniones. En cualquier caso, por ahora parece ser la mejor persona que he conocido nunca.
Lo que sé de él es que hace ya dos años que no está con nadie y que de la última relación, conserva una gran amistad con la chica. No sé si eso va a ser peor y un día me los encontraré desahogándose, como buenos amigos, debajo de mis sábanas. Viéndola por encima parece una chica que está rota por dentro, bastante inestable y que necesita conseguir un poco de estabilidad y confianza en sí misma. Está un poco loca, en el buen sentido. Se alegró muchísimo de que mi chico ahora tuviera una chica y me dijo entre sonrisas, por cierto, tiene una sonrisa que enamora, llena de dulzura e inocencia, que estaba con el mejor hombre del universo. Que si ella no lo tiene es porque considera que se merece a una chica mucho más estable, palabras suyas textuales (minipunto para mí).

Mi amor se empeñó en que nos conociéramos porque no quería que yo me enfadara cada vez que me dijera que había quedado con ella. Ella nos habló de lo bien que le va en esa ciudad nueva donde vive, no recuerdo el nombre y mira que yo nunca fallo en eso, y que ha vuelto a verse con un tal Lucas. Entiendo, por la mirada evitativa, que se trata del chico que ha provocado que ella esté así de rota. La verdad es que el tiempo que estuve escuchándola, sin interrumpir, me pareció la típica chica que todo el mundo quiere tener a su lado. También observé la forma de mirarla que tiene Alejandro. Se parece más a la mirada protectora y nostálgica de un padre que observa cómo su hija se hace mayor y se cae y no puede ayudarla, que a una mirada de deseo con ganas de arrastrarla a la cama y arrancarle la ropa. Al final me va a gustar la ex y todo.
La cosa es que la chica parece estar otra vez con ese chico pero que ella no está segura de a dónde va nada. “Porque con él ya se sabe, un día eres el regalo de Navidad de un niño que nunca ha tenido familia, y al siguiente dice que el destino pone tantos obstáculos para que no estén juntos por algo.” En mi humilde opinión de loquera, observo que ese chico tiene el síndrome de “no puedo ni con mi vida”. Es muy común entre los bohemios de ahora. Un día se lo va a encontrar colgado al lado de su máquina de escribir y con una nota que ponga algo similar a “Dios sabe que te amé más que a mi vida y que no fue suficiente. Te mereces alguien que te quiera más que a la vida de todos los habitantes del universo.” Pero no adelantemos acontecimientos.

Uy, parece que llega mi turno, mi chico se ha puesto a decirle una larga lista de piropos hacia mí y mi carrera. Yo sólo puedo sonreír y decirle que no exagere. La verdad es que no me apetece hablar de mí, me apetece seguir escuchándola. No sé si será por mi curiosidad científica o por la mezcla de esto y que la chica tiene una forma de explicar las cosas con una paciencia y vocabulario que te incitan a no dejar de escucharla jamás. Es como si fuera adictiva. No me extraña que aquel chico no sepa qué hacer, está tan enamorado que teme hacerle daño. Y eso que no la conozco en profundidad ni sé cómo es el otro. Hoy estoy sembrada.

Alejandro nos disculpa para ir al aseo y le susurro “Mía, sé que nos acabamos de conocer y te puede parecer extraño, ¿pero me permitirías hacerte una evaluación psicológica? Con esto no quiero decir que la necesites, ni mucho menos, pero me pareces alguien muy interesante y creo que podría ayudarte a encontrar la paz que necesitas. Porque sé que necesitas paz.” Veo que viene Alejandro y le guiño el ojo mientras ella sonríe y hace como que no, pero se ha emocionado. Creo que esta chica necesita que alguien la escuche más a menudo. Aunque pensándolo bien, no me parece del todo ético, puedo decirle a Marcus que se ocupe de ella y que, por favor, me cobre a mí sus consultas.

Encima es muy graciosa, hace el amago de pagar cuando llega la cuenta y se enfada con Alejandro, quién se niega por encima de todo a dejarse invitar por una estudiante de máster. Qué sobrado va algunas veces.

Cuando salimos del restaurante, ella me coge al brazo y me susurra: “creo que necesito esa paz más que respirar, pero tengo miedo de que me quiten los recuerdos que me atan a Lucas. Parece obsesivo, pero si me quedo sin nada, sin los recuerdos, sin los remordimientos, sin los fantasmas… creo que me moriría por dentro. De esta forma, siento que siempre está conmigo.” Creo que podría encerrarla por lo que acaba de decir, pero se le ve en la mirada que es un alivio para ella sentir a ese tipo aunque la forma de pago sea una tortura constante.

Llegamos a su portal, nos invita a pasar pero le digo que mañana trabajo y entro muy temprano, pero que seguimos en contacto y que se piense mi ofrecimiento. Que no sería yo la que la escucharía, sino un psiquiatra especializado en ese tipo de casos. Alejandro me mira como diciendo si es que estoy llamando loca a su mejor amiga en la primera cita. Mía me sonríe y me dice que se lo pensará, que es posible que acepte, pero que no cree que se quede mucho más tiempo en esta ciudad. Mira a Alejandro y le dice que no me castigue mucho por haberme recomendado ir a un experto, que tiene a una joya colgada del brazo y que no la pierda nunca. Me ruborizo. Parezco tonta, pero un piropo proveniente de ella es como si me hubiera tocado la lotería. Y eso que se pasa el día regalando halagos a las personas que, a su parecer, lo merecen. Me siento especial por merecer un piropo suyo. De nuevo vuelvo a pensar que la que necesita el psiquiatra soy yo.

Se despide con dos besos a ambos y a mí me da un abrazo mientras me susurra “por favor, cuídalo bien, cuídalo como yo no pude hacerlo. Y quiérele mucho, que se lo merece. Parece que no, pero es la mejor persona del mundo, no te pienses que es un pervertido que se toca viendo vídeos de comuniones.” ¿PERO CÓMO HA USADO ESA METÁFORA? Esta chica es un auténtico misterio. Le contesto que voy a hacer lo posible, sonríe y me guiña un ojo. Mía, si alguna vez necesitas una madre, déjame que te adopte.

Al llegar a casa, mientras Alejandro ha ido al baño, no se me ha ocurrido otra cosa que escribir estas páginas para que las incluya en el libro que por encima ha nombrado. Una especie de cuaderno de bitácoras que se turnan entre ella y el chico. Su vida es tan poética que me da envidia de la sana. Claro que yo no podría hacer la mitad de cosas que hace ella.

Sí, definitivamente creo que un psiquiatra lo único que haría sería eliminar todo el talento y arte que esta chica exhuma por sus poros, por su sonrisa, por su mirada y por su rostro de simpatía constante. Aunque le atormenten los fantasmas pasados, es una poeta en potencia, una bohemia moderna. Esperemos que esta historia no tenga un trágico final como los de París de principios de siglo.  

Capítulo I

Sandy.
Sandy se ha ido. Y se ha ido porque me lo he ganado a pulso. 

Mi Sandy. Mi dulce e inocente Sandy. Mi luz y mi bastón. Mi apoyo incondicional. Mi terapia de besos y amor. Mi Sandy tonta. Mi Sandy sin más. Mi sólo Sandy. 



Una sola promesa he cumplido de todas las que le he hecho a esta pobre niña que tuvo la mala fortuna de toparse conmigo en su vida. Y de enamorarse, nada más y nada menos, enamorarse del único subnormal que no sabía lo que era tenerla a su lado hasta que se dio cuenta de que ya no estaba.
Y la única promesa que he conseguido empezar a cumplir ha sido esta. 
Aún recuerdo su último susurro. Era algo así como "por favor, no te olvides de contar nuestra historia". Y me lo dijo con los ojos más angustiosos que he visto nunca. Angustiosos gracias al necio que le rompió el corazón y le cambió la vida: yo.  
Pero no sintáis compasión por mí, no. He tardado más de dos años en empezar a cumplir lo que le dije. Así soy yo, cobarde y llegando tarde a todo. Siempre. 
Pero no empecemos esta historia con alguien como yo. Hablemos de ella. Hablemos del sol que se refleja en su cabello. Hablemos del ángel más hermoso que existe. 

Mía se llama y cuando la conocí tenía diecisiete añitos. Delgada, no demasiado alta, ni demasiado baja, rubia y con ojos azules. Parece el típico patrón de chica modelo. Pero no. Mía no es esa chica por la que te girarías a verla mejor. No es esa chica por la que perderías tu asiento en el metro. Ni siquiera es esa chica a la que te planteas acercarte una noche. No es esa chica que deslumbra con su espectacular vestido. No deslumbra por la forma de su maquillaje. No es la clase de chica a la que le pedirías los apuntes. No, Mía no es como las demás.
Mía es esa chica que ves un miércoles por la noche yendo sola al cine. Es esa clase de chica que observas leyendo en el metro con las piernas cruzadas. Es esa chica que observas y te preguntas "qué clase de vida tendrá". Y cuándo, por casualidades de la vida, un día la conoces, entonces estás perdido. Cuándo la escuchas hablar, la escuchas razonar, cuándo te mira y te sonríe y sabes que esa mirada y esa sonrisa son sólo para ti, para tu uso y disfrute, entonces olvídate de pensar en cualquier otra cosa porque estás ante la Octava Maravilla.  Mía es esa chica por la que vas a abrir tu alma. Es a ella a quién le contarías lo que nunca te contarías ni a ti mismo. Ella es esa chica de la que hablan las canciones. Ella es la chica de Bruce. 

Y ahora, y sólo ahora, puedo empezar a contar el principio de nuestra historia.
Y sólo puedo hacerlo con sus propias palabras: 
"Las historias más bonitas siempre llevan el sello de noviembre, Lucas."