Jueves, 14 de abril. 23:04
Quizás Sandy estaba hecha para el
invierno. O quizás el invierno estaba hecho para Sandy. La cosa es que algo
raro pasaba con Sandy y el tiempo. Si Sandy estaba contenta, la lluvia era tan
débil y delicada como su mirada. Si Sandy estaba enfadada, el viento podía
arrancar los árboles de cuajo. Si a Sandy le dolía el alma, las nubes lloraban
al ritmo que lo hacía Sandy. Pero nunca hacía sol. Desde que yo desaparecí de
su vida, el tiempo en esta ciudad cambió de golpe. De hacer ese sol de invierno
tan agradecido que parece que a todos nos encanta, a que el tiempo se volviera
tormentoso día sí y día también.
Es cierto que aun estando con
Sandy, cada vez que la veía la brisa de la proximidad del mar soplaba de tal forma
que levantaba su falda y revolvía su pelo. Pero Sandy siempre sonreía. Y más
cuando me veía bajar del coche. Aún recuerdo su sonrisa iluminando al Sol.
Porque ya quisiera el Sol iluminar la mitad que la sonrisa de Mía.
Cuando empecé a conocer a Mía, en
ese momento aún no era mi Sandy, me la encontré en el metro. Recuerdo como la
observaba desde el fondo, evitando que ella me viera, pues estaba terriblemente
avergonzado de las cosas que estaban sucediendo. Pero lo que yo quiero
recalcar, son los pequeños detalles que ella tenía. Ella me contó, más tarde,
lo que sucedió esa fría mañana de noviembre:
“¿Sabes una cosa que me gusta hacer, Lucas? Cuando voy subida en metro
o tranvía y veo que alguien va escuchando alguna canción que a mí también me
gusta, en silencio canto la canción moviendo los labios, para que la otra
persona me mire. Y cuando pone cara extraña al verme musitando esa música tan
rara, río para que se liberen tensiones y deje de ser un momento incómodo para
que sea un momento más que agradable. Es complicado, pero siento que algunas
veces la música me recomienda a personas.”
Yo de esa escena sólo presencié
el momento en el que empezaron a reír y el tranvía se iluminó. No sé si en
verdad alguna vez más lo ha practicado, pero sé seguro que le alegró la mañana
a ese chico.
Y es que Mía era así. A Mía le
gustaba hacer reír porque sí a los demás. Y digo era, porque gracias a mi
aparición y desaparición estelar, esa alegría y ganas de vivir que Mía
desprendía y regalaba con la mirada, parece que lo ha guardado en una caja
fuerte con un cifrado imposible dentro de su alma.
Hace ya tres meses que en esta
ciudad ya no sale el Sol.