Toc, toc.

Estoy saliendo temprano de casa de mi madre. Tengo que pasar por mi apartamento y recoger los folios antes de ir a casa de Mateo.
-¿MARLA?- Al abrir la puerta, pregunto, como de costumbre, por si está mi novia. Pero nada, sin señales de ella desde ayer. Cojo mis papeles y vuelvo a cerrar la puerta. 
Tengo el paso acelerado y por mi estómago ocurren cosas que no soy capaz de describir. Es como estar en lo más alto de una montaña rusa. Sabes que tienes que descender, ese segundo en el que lo ves todo y piensas en qué coño hiciste mal para estar ahí. Odio las alturas y odio los cambios. Si subimos, subimos, y si bajamos, bajamos, pero no me jodas, no mezcles.

Llego al portal de Mateo y en su timbre está escrito con rotulador permanente "MISS CARRUSEL". Seguro que es parte de algún extraño tipo de juego sexual de alguna de las putitas de Mario. Y ahora que está soltero, a saber lo que trama. 
Es extraño, al llamar al timbre, responde la voz de una mujer.Esa voz yo la conozco, la he escuchado antes. Hasta tengo una imagen borrosa del rostro de la joven en mi cabeza. Un rostro amable y delicado, que se pasa el día riendo. 
-¿Mateo?- Respondo.
-No, no soy Mateo.-ríe- Mateo no está. ¿Es para darle algún artículo?- Responde con una dulzura que me hace querer pasar el resto de mi vida hablando con el aparato de la pared.
-No. Bueno, sí, algo así.-Estoy demasiado nervioso, ni siquiera sé qué decir. Pero ella continúa riendo.
-¿Eres Lucas? Sube, que me ha dicho que se lo dejes en el buzón de mi puerta.- Esa risa. Esa risa. La conozco, seguro. Esa forma de reír. Pero, Dios, no me viene el nombre a la cabeza.

Creo que nunca en mi vida había subido unas escaleras tan rápido. 6ºC. Justo, un buzón con el nombre de Mateo escrito en el metal. Pero llamo a la puerta, necesito comprobar si el rostro de mi cabeza es el rostro de la joven. 


Toc, toc.

-Lucas, tienes el buzón a la izquierda de la puerta.-Deja de reír, a menos que quieras que te pida matrimonio.
-¿No me vas a abrir?-Y sonrío.
-No puedo, estaba trabajando y voy hecha un desastre, me da vergüenza.- ¡¡Para de reír!!¡¡Para, para!!
-Necesito ver tu cara. Te conozco. -Creo que nunca en mi vida había dicho algo de forma tan seria y contundente.
-No puedo abrirte. Adiós.- Ella me superaba en seriedad y contundencia. La odio.

Voy a llamar a Mario. Esto no se queda así.
-Mario, estoy en tu casa.-Mi voz suena enfadada, pero me da igual.
-Imposible, tío, yo estoy en mi casa. -El hijo de puta está borracho, un sábado a las seis de la tarde. Pedazo de capullo.
-¿Quién cojones es Miss Carrusel?
-Estás en mi antiguo piso. Déjale tus papeles a ella, mañana los recojo, seguro. 
-¿QUE QUIÉN COÑO ES ELLA?- Me he pasado gritando, soy gilipollas.
Pero se abre la puerta. No puede ser... es ella.
-Sandy, soy Sandy.


-Sandy...- dijo el chico aterrado.
-Ahora ya lo sabes, estoy aquí. -La chica, vestida con una camisa enorme blanca y manchada de pintura, agachó la mirada y con la punta del pie hizo un gesto de arrepentimiento.
-¿Qué haces aquí? -El chico logró articular palabra.
-Me han concedido la beca de estudios. -La chica seguía sin subir la mirada, una mirada que casi penetraba ya el entarimado del suelo.
-¡Sandy! -El chico se lanzó hacia ella y la arropó entre sus brazos, cerrando la puerta a su paso.
-Lucas, no. Vete. No puedes estar aquí. -La llamada Sandy se apartó de él, no era capaz de mirarle a los ojos.
-Sandy, no te voy a volver a perder, te lo juro. Para siempre.
-Lucas....no. -Ella cada vez perdía más el convencimiento que mostraba al principio.
-Sandy, mírame: te quiero.

Ella dirigió su mirada a los ojos de Lucas, que pudo observar todo el amor que una vez compartieron. Pero no sólo había amor, la tristeza y desesperanza eran incluso más fuertes que el primero.
-¿Quién te ha dado permiso para venir a mi casa? -Dijo Sandy en un tono sobrio.
-¿Sandy? -Lucas se temía lo peor de esa reacción.
-¡No, Sandy no! Ese no es mi nombre. ¡¿Quién te ha dado permiso para estar aquí?!- La chica había perdido toda la compostura. Estaba gritando, con los ojos sumidos en una rabia más fuerte que todo lo que sentía por Lucas.
-Mía.. -Lucas no daba crédito. Nunca la había visto de esa manera.
-¡No! ¡Para! Quiero que te largues.
-No me grites, Mía. ¿Qué problema tienes? He recapacitado. Demasiado tiempo sin verte. No aguanto un segundo más mirándote desde lejos.
-Lucas, basta. -Estaba extasiada. No le quedaban fuerzas para seguir gritando mientras miraba sus ojos.

Esos ojos.

-Ya sé qué te pasa. Tienes miedo. La gran Sandy tiene miedo. ¿Tienes miedo de mí? ¿De qué tienes miedo, Sandy? Yo estaré aquí, yo te cuido.
-¿Igual que lo hiciste la última vez? Lucas, vete. Y no, no te tengo miedo.
-¡¡¡Entonces háblame y explícame!!!- Lucas había perdido ya los nervios de ver el rostro de dolor de la chica. Dolor que se impregnaba de angustia. Estaba rota.
Ella cogió aire y comenzó a gritarle:
-Lucas, sí. Tengo miedo. Tengo miedo de volverte a perder y volver a sentirme como aquel día. ¿Quién coño te ha dado permiso para destrozar, arreglar con parches hechos con las más rastreras mentiras y volver a reventarme el corazón? ¿Quién te crees que eres para hacer lo que te dé la gana con él? ¿Crees acaso que eres su dueño y señor?- Sandy suspiró muy fuerte, se secó las lágrimas. Miró fijamente hacia los ojos de Lucas y dijo de forma muy serena, incluso gélida:
-Lucas, vete. No vuelvas nunca.

Lucas no había podido hablar. Estaba a punto de reventar y escupió:
-Sandy, no es la misma situación. Yo... yo te quiero. 
-¡¡Lucas!! -La templanza de Sandy había vuelto a desaparecer- No digas eso nunca más. ¿Cómo eres capaz de mentirme de esa forma a la cara? No me quisiste a mí, no la quieres a ella y jamás te has querido a ti. ¿Cómo pretendes que crea en las palabras de alguien que llama "amor" a la comodidad? ¿Cómo pretendes que crea en las palabras de alguien que dice "te quiero" mientras se plantea su futuro a tu lado y escapa con la rutina cómoda? No, Lucas. No sabes lo que es el amor. No sabes lo que es amar. Yo siempre he sido tu País de las Maravillas. Pero nunca más. Lucas. Vete. -La mirada de Mía era indescriptible. Su suspicacia, abrumadora.
-Déjame explicarte, Sandy, cielo. Te quiero más que a nada en este mundo, sé lo que es el -La joven lo interrumpió de forma abrupta:
-Lucas, no. Ahórratelo. No quiero saber nada.
Lucas tampoco supo guardar las formas y le gritó.
-No pienso irme hasta que me dejes hablar y escuches lo que tengo que decirte. 
Mientras, Sandy se giró hacia una de las puertas que se encontraban en su espalda y contestó tras dar un portazo, que resonó por toda la casa:
-PUES MUÉRETE ESPERANDO.

La carta II

Cuando recibí la carta, estaba decidido a contestarle diciéndole la verdad, contándole lo del suicidio del señor Sandy. Pero releí las letras escritas con cachitos de alma, releí cada uno de los puntos y comas que asemejaban pequeños suspiros de corazón, releí uno a uno los silencios, los espacios, silencios incómodos en los que el alma se rompe, el corazón llora y los ojos se nublan. ¿Quién era yo para terminar de matar el amor de la señorita Sandy? Era arriesgado, y probablemente, algo siniestro. Ahora soy capaz de ver que no hice lo correcto y que merecí lo que pasó. Pero era tan triste pensar que ella creía amar a una persona que ya no estaba, que se había ido, que el amor por ella había sido tan grande, hasta nublarlo todo, borrarlo todo. Estaba en un verdadero dilema cuando me propuse hacerme pasar por el señor Sandy y contestarle a la carta. Me propuse ponerme en la piel de un personaje, era como escribir un libro. "Soy escritor", me dije, "sólo tengo que pensar en la historia de amor de uno nuevo."
Pasaron días hasta que pude escribir algo de la carta.

"Sandy...Sandy...Sandy... Podría pasarme así la vida. No sé qué más decirte, no tengo palabras.
Decidimos la separación por cuestiones que no vienen al caso y a día de hoy, no existe el día en que no me destroce pensar en no volver a verte. Pienso en la muerte, en el suicidio, quizás. Pienso qué pasaría si un día intentara hablar contigo y resultara que ya no estás, que te has ido sin mí para siempre, que no me has esperado. ¿Qué sería de mí? ¿Piensas en eso? ¿Piensas en la muerte? ¿En tu muerte? ¿En la mía?
Sé que apenas he estado cuando más tenía que hacerlo. Sé que apenas he estado cuando tú me buscabas y no era yo el que iba. Sé que te hartaste de que fuera yo el que tuviera que elegir cuándo y dónde podíamos hablar.
Sandy... huyamos. No se me ocurre nada más. Huyamos.
¿Recuerdas cuando te decía que sólo quería morir si era pensando en ti? Ahora sé lo que eso significa. Porque sé que muero cuando llego a casa y tus discos de bandas y cantantes que nadie conoce, ni siquiera tú, ya no están. Tu despacho, lleno de papeles, sólo tiene polvo. Cuando llego a casa no hay nadie que me haya dejado un regalito en cualquier parte. No hay comida preparada para que sólo piense en desconectar del trabajo. No hay nadie debajo de una manta viendo una película, que se quita la ropa cuando suenan mis llaves abriendo la puerta. No hay nadie que me despierte comiéndome el alma. Y si la hubiera, desde luego que no quiero que lo haga. No quiero a nadie más, no quiero una puta, no quiero una mujer normal. Busco a la que vuela, a ti. Eres la única que volaba pero te fuiste demasiado para arriba. Te fuiste lejos porque yo merecía perderte.
Sandy, vuelve.
"¿No estás ya cansada de estar mal querida?" "Quizás el mundo no es de todos. Es tuyo y mío, es mío y tuyo" Qué gran error, en aquella estación del tren, cuando te miré a tus ojitos garzos, impregnados de lágrimas de color carmín, y te dije que si no tardabas mucho, te esperaba toda la vida. Qué gran error decir eso. Qué gran error, porque si tú no estás, yo no tengo vida. "Me duele el amor de tanto esperarte", Sandy. Me mirabas e hiciste un gesto para que me callara. Entonces hablaste tú, con tu voz entrecortada: "Sandy, no quiero que dudes nunca que eres mi sangre entera, Pero ahora...ahora, déjame en paz." Sandy, "me merezco un amor sin estrenar". Tú sabías que nunca lloraba, ha sido motivo de muchas peleas, mi falta de expresar los sentimientos, pero en ese momento, en ese momento, todo el amor que sentía por ti me vino en forma de manantial escapando por mis ojos. Eras cruel. sin serlo. Decías las palabras en el momento oportuno y en el orden correcto  para sacar de mí las ganas de cogerte del pelo, y darte un beso que durara toda la vida. Pero te prometí que no lo intentaría. 
Sandy... "¿cómo no pude darme cuenta que tú estabas tan cerca?"
Lo último que pude decirte fue que no podía respirar. Y tú sólo supiste decir, ya sin lágrimas y con el rostro gélido y duro como el hielo: "Ni falta que te hace". Te subiste al tren y desapareciste. No te he vuelto a ver y siento que me estoy muriendo.
Dios sabe lo mucho que te he amado, vuelve Sandy."

Al escribir el último punto de la carta, tiré la estilográfica encima de la mesa. Tenía miedo. Yo no conocía la historia de estos dos enamorados, pero al escribir la palabra "Sandy" parecía que la pluma sabía lo que tenía que escribir. Como si alguien me hubiera sujetado el brazo para hacerlo. Fue la primera vez que me planteé la presencia del más allá de forma contundente. Dios, qué horror.
Pero creo que eso no fue lo peor. Lo peor fue abrir un cajón del escritorio, en busca de un sobre, y encontrarme una tarjeta con la dirección de la Señorita Sandy. Desde luego, algo estaba ahí y algo quería que esa carta tuviera respuesta.