La carta II

Cuando recibí la carta, estaba decidido a contestarle diciéndole la verdad, contándole lo del suicidio del señor Sandy. Pero releí las letras escritas con cachitos de alma, releí cada uno de los puntos y comas que asemejaban pequeños suspiros de corazón, releí uno a uno los silencios, los espacios, silencios incómodos en los que el alma se rompe, el corazón llora y los ojos se nublan. ¿Quién era yo para terminar de matar el amor de la señorita Sandy? Era arriesgado, y probablemente, algo siniestro. Ahora soy capaz de ver que no hice lo correcto y que merecí lo que pasó. Pero era tan triste pensar que ella creía amar a una persona que ya no estaba, que se había ido, que el amor por ella había sido tan grande, hasta nublarlo todo, borrarlo todo. Estaba en un verdadero dilema cuando me propuse hacerme pasar por el señor Sandy y contestarle a la carta. Me propuse ponerme en la piel de un personaje, era como escribir un libro. "Soy escritor", me dije, "sólo tengo que pensar en la historia de amor de uno nuevo."
Pasaron días hasta que pude escribir algo de la carta.

"Sandy...Sandy...Sandy... Podría pasarme así la vida. No sé qué más decirte, no tengo palabras.
Decidimos la separación por cuestiones que no vienen al caso y a día de hoy, no existe el día en que no me destroce pensar en no volver a verte. Pienso en la muerte, en el suicidio, quizás. Pienso qué pasaría si un día intentara hablar contigo y resultara que ya no estás, que te has ido sin mí para siempre, que no me has esperado. ¿Qué sería de mí? ¿Piensas en eso? ¿Piensas en la muerte? ¿En tu muerte? ¿En la mía?
Sé que apenas he estado cuando más tenía que hacerlo. Sé que apenas he estado cuando tú me buscabas y no era yo el que iba. Sé que te hartaste de que fuera yo el que tuviera que elegir cuándo y dónde podíamos hablar.
Sandy... huyamos. No se me ocurre nada más. Huyamos.
¿Recuerdas cuando te decía que sólo quería morir si era pensando en ti? Ahora sé lo que eso significa. Porque sé que muero cuando llego a casa y tus discos de bandas y cantantes que nadie conoce, ni siquiera tú, ya no están. Tu despacho, lleno de papeles, sólo tiene polvo. Cuando llego a casa no hay nadie que me haya dejado un regalito en cualquier parte. No hay comida preparada para que sólo piense en desconectar del trabajo. No hay nadie debajo de una manta viendo una película, que se quita la ropa cuando suenan mis llaves abriendo la puerta. No hay nadie que me despierte comiéndome el alma. Y si la hubiera, desde luego que no quiero que lo haga. No quiero a nadie más, no quiero una puta, no quiero una mujer normal. Busco a la que vuela, a ti. Eres la única que volaba pero te fuiste demasiado para arriba. Te fuiste lejos porque yo merecía perderte.
Sandy, vuelve.
"¿No estás ya cansada de estar mal querida?" "Quizás el mundo no es de todos. Es tuyo y mío, es mío y tuyo" Qué gran error, en aquella estación del tren, cuando te miré a tus ojitos garzos, impregnados de lágrimas de color carmín, y te dije que si no tardabas mucho, te esperaba toda la vida. Qué gran error decir eso. Qué gran error, porque si tú no estás, yo no tengo vida. "Me duele el amor de tanto esperarte", Sandy. Me mirabas e hiciste un gesto para que me callara. Entonces hablaste tú, con tu voz entrecortada: "Sandy, no quiero que dudes nunca que eres mi sangre entera, Pero ahora...ahora, déjame en paz." Sandy, "me merezco un amor sin estrenar". Tú sabías que nunca lloraba, ha sido motivo de muchas peleas, mi falta de expresar los sentimientos, pero en ese momento, en ese momento, todo el amor que sentía por ti me vino en forma de manantial escapando por mis ojos. Eras cruel. sin serlo. Decías las palabras en el momento oportuno y en el orden correcto  para sacar de mí las ganas de cogerte del pelo, y darte un beso que durara toda la vida. Pero te prometí que no lo intentaría. 
Sandy... "¿cómo no pude darme cuenta que tú estabas tan cerca?"
Lo último que pude decirte fue que no podía respirar. Y tú sólo supiste decir, ya sin lágrimas y con el rostro gélido y duro como el hielo: "Ni falta que te hace". Te subiste al tren y desapareciste. No te he vuelto a ver y siento que me estoy muriendo.
Dios sabe lo mucho que te he amado, vuelve Sandy."

Al escribir el último punto de la carta, tiré la estilográfica encima de la mesa. Tenía miedo. Yo no conocía la historia de estos dos enamorados, pero al escribir la palabra "Sandy" parecía que la pluma sabía lo que tenía que escribir. Como si alguien me hubiera sujetado el brazo para hacerlo. Fue la primera vez que me planteé la presencia del más allá de forma contundente. Dios, qué horror.
Pero creo que eso no fue lo peor. Lo peor fue abrir un cajón del escritorio, en busca de un sobre, y encontrarme una tarjeta con la dirección de la Señorita Sandy. Desde luego, algo estaba ahí y algo quería que esa carta tuviera respuesta.