Volver a caer.

Lunes, 8 de abril. 22:07
"Quizás aquel refrán de 'ojos azules, embusteros' esté desfasado. Yo creo que los ojos de mi Sandy son más inestables que mentirosos. De hecho, podría hacer un reportaje con las mil peores formas de mentir que tiene Sandy. No sabe hacerlo porque no lo necesita. Afronta la vida con sinceridad y eso le hace parecer la chica más triste de la ciudad. Si supiera la manera de alegrar esa mirada, si supiera cómo hacer que su alma viva en paz...
Quizás para ello lo único necesario es hacer que viva en la ignorancia, cosa que ella misma nunca permitiría. 

Mira que eres cabezona, tonta mía. Eres cabezona hasta morir. Y eso, a la vez que me molesta, me enamora. Si algo te convence, ya puede bajar Dios que no vas a cambiar de opinión. Puta loca. Y sí, loca, estás loca. Esos puntazos que te dan, no son normales. Estás tan loca que me has vuelto loco por ti. Y vuelves a hacer que te odie y te adore a partes iguales. 
Y, Sandy, hay algo que cada vez que pronuncias con esos labios de ensueño, me rompe el alma de amor. Cuando usas el 'te odio' como quién usa el 'te quiero', haces que mi vida empiece a girar del revés. 
Quizás nadie sea capaz de odiarme como tú me odias. Ese odio que me despierta diciendo 'Lucas, es que te quiero tanto que te odio por hacer que te quiera así. Y, a la vez, te vuelvo a querer por provocar ese odio que, al fin y al cabo, no es más que amor sin pulir. Pero eso vuelve a provocar que te vuelva a odiar por no dejar que te quiera sin más, por provocar que siempre seas algo más. Eres odioso.' Nunca te perdonaré que eso me lo dijeras al despertar. Eres la reina de la espontaneidad, de la elección de los peores momentos. Un día me va a dar un ataque de amor por esas cosas que me van a dejar en el sitio. 

Maldita Sandy. Maldito encanto natural. Maldita toda. Maldita y mil veces maldita. 
'Tienes el superpoder de enamorar todo lo que tocas' te recriminé un día. Un día que amanecí con el corazón roto. Roto de amor, de odio, de impotencia. Roto porque te habías marchado sin despedirte. Roto porque cada vez nos sentimos más obsesos. Roto porque no estabas. 

Mi Mía, mi Sandy, mi princesita acuática, mil dulce agria. Eres extremática, aunque no exista, me invento palabras porque el diccionario se queda corto para describirte. Nadie sabe describir la perfección. Y como toda perfección es completamente subjetiva, yo te digo que tú representas lo extremático. Eres algo y todo lo contrario. Eres fuego y eres agua. Eres frío y eres calor. Eres frigidez y eres la lujuria. Hay quién lo denominaría 'equilibrio', pero no. Tú lo que eres es extremática. Lo eres todo y no eres nada. Eres sueño y pesadilla. Eres todo lo que cualquiera podría necesitar en su vida y eres lo que nadie tiene el valor de encajar en la propia. 
Eres la que vuela, digámoslo así. 

Te odio, Mía. Te odio como si no existiera un mañana. Te odio como si fuera mi último aliento. Te odio tanto que me matas y me das vida, otra vez sentimientos extremáticos. 

Aquel día, en el cafetín, aquel día que tuve el descaro de no esconderte en forma de seudónimo en el recital de mi último relato basado, sin lugar a dudas, en tu última visita a mi vida. Aquel día tuve el descaro de expresar todo tal y como lo sentía. Y aún sigo dándole las gracias al señor de que el tren de Marla se retrasara. Y aún sigo dándole las gracias al señor de que vinieras sola. 

No puedo seguir así, Sandy, te necesito. Y sé casi seguro que justo ahora será el momento en el que menos me necesites tú a mí. Pero yo quiero volver a ser tu apoyo. Volver a ser tu odiado, tu tumor maligno. 
Quizás todo sería más sencillo, rápido y concreto si te hubiera llamado en lugar de escribirte esta carta. O quizás si te hubiera ido a buscar. A buscarte bajo la lluvia, como la última vez que te apareciste. 
Mía, vuelve. Deja que te cure con las 'toneladas de cariño que mereces y que nunca te han dado'. Deja que te proteja del dolor y del desamparo. Deja que mi piel cure tu piel. 

Déjate querer."

Jueves, 11 de abril. 10:07
"¿Te imaginas que pudiéramos ser felices realmente alguna vez? ¿Te imaginas que algún día llegásemos a tener una relación sana y estable de la que pudieran florecer incluso niños? Contigo nunca podré ver ese futuro. Y no porque no quiera, no. Sino porque es la propia vida la que no quiere. 
Sandy, por mí, me iba esta noche contigo al fin del mundo para no volver jamás. Pero no puedo. Tengo una pareja que me quiere y me respeta y al que le debo lo mismo. Tengo una pareja que no me abandona cuando más lo necesito. Tengo una pareja que contigo nunca podría ser. 
Y nunca dudes que no es por el amor que ambos sentimos, porque que me parta un rayo en mil pedazos si miento al decir que te digo amando y odiando de la misma forma que cuando te conocí. Que mil rayos me atraviesen si miento al decir que todos los santos días me despierto odiándome y odiándote  por todo lo que siento en el interior de mi pecho. 
Pero no es el momento. Y mira que me da rabia escribirte la palabra 'momento', pero es lo que toca. Ahora mismo soy tan autodestructiva que acabaría destruyéndote a ti también. 

Es cierto, tengo el superpoder de enamorar todo lo que toco. Y, lejos de ser una virtud, es toda una maldición. No es algo sencillo intentar día tras día olvidar todo lo que siento por ti para intentar sentir una copia mala de lo que debo sentir, de lo que él siente por mí. Estoy harta. 
Lucas, me parte el alma robarles la vida, robarles el amor, de esta manera. Y lo sabes, sabes cómo me siento, porque eres de las pocas personas que realmente son capaces de sentir lo que yo siento. De empatizar como yo lo hago. 
Provocar que las vidas de otros dejen de tener sentido, no es agradable. Provocar sentimientos extremos, que no extremáticos como provoco en ti, no es algo de lo que me sienta orgullosa. 

Lucas, si te doy una dirección, una fecha y una hora, ¿huirías conmigo? Tal vez deba dejar de contentar al deber. Tal vez deba dejar de buscar el momento perfecto y volver a dejarme llevar. Tal vez este sea nuestro momento y lo estemos dejando escapar. O tal vez no, pero te aseguro que si te pierdo a ti, me pierdo a mí. Te necesito para que me sigas recordando quién soy y de qué soy capaz. 

Imagina, si en un trozo tan pequeño de papel como lo es esta carta, soy capaz de contradecirme tanto, cómo será mi vida actual. Tú decides, como siempre.

¿Huimos?
Te espero el viernes en el callejón contiguo al café de Helena. 

Con sentimientos extremáticos, tu Sandy.
Mía."

Bajo la lluvia. (Parte V) ¿Final?

Viernes, 22 de febrero. 07:02
Cuando desperté ella ya no estaba. Me dio mucho coraje, porque me apetecía hacerle el desayuno, que se despertara como la princesa que es. Me apetecía desayunar con ella en la cama, ver cómo su sonrisa iluminaba la mañana. Me apetecía terminar de desayunar y comenzar el desayuno de besos, que ella se sintiera mal y que me pidiera llevarla a su casa. Me apetecía ver cómo se cambiaba desde el marco de la puerta y que ella volviera a reír por estar parado como un pasmarote mirándola. Me apetecía decirle que no recogiera nada, que la llevaba a su casa. Me apetecía ver su cara de preocupación sentada en mi coche mirando su casa y diciendo que tenía que entrar pero que no sabía cómo decirle a su madre nada, que no sabía hablar con ella. Me apetecía que inventara historias conmigo de dónde había pasado la noche. Me apetecía que me dijera de huir juntos hacia ninguna parte. Esa idea creo que sólo la hubiera compartido yo, pero para mí mismo, no tengo el valor de decirle nada. 
Pero bueno, ella se fue. Y se fue sin poder disfrutar ni de un último beso. También es cierto que nuestro último beso fue el más mágico de la historia de los besos. Ella se había ido sin despedirse, sin decir nada. Y no la culpo, bastantes problemas debe tener ya como para que aceptara quedarse en mi casa.
Me levanté despacio y comencé a abrir las cortinas, vi que ella había dejado la ventana abierta, como era natural de sus costumbres. Me lavé la cara en el baño y vi esa cara de roto que se me marcaba cuando me levantaba sin ella a mi vera. Aún, después de un año, vi que seguía teniéndola. Me acerqué a la cocina y para mi sorpresa había una nota con una de mis margaritas de plástico encima. "No ha podido comprar el clavel blanco que siempre me regalaba", pensé y sonreí. En la nota, que más que nota era un relato, estaba escrito exactamente lo que os acabo de leer. 
Por cada línea de texto por la que mis ojos se deslizaba, empeñaban cada vez más mi mirada. Y me duele reconocer que lloré. Pero lloré de alegría. Lloré porque ella me amaba como yo la amaba a ella. Dejé de sentirme un loco receloso por seguir siento cosas por ella, aunque hubiera pasado más de un año y todo el desastre hubiera sido mi culpa. Seguramente ella estaba más loca que yo. Pero las personas locas tienen un magnetismo que te obliga a no despegarte de ellas. Tienen un magnetismo hipnótico que enamora a cualquiera. Y si juntas dos locos... pasa lo que nos pasó. "Ay, Lucas", pensé recriminándome el dejarla marchar en su día. Me preparé un café para desayunar mientras miraba por la ventana. Esa ventana que estaba llena de emes de todos los tamaños y formas. Emes salidas directamente desde las yemas de los dedos de mi Sandy. Jamás las borraré. Esas emes significan todo. 
De golpe, mi móvil comenzó a sonar. Supe enseguida quién era, le puse una melodía especial a ese contacto. Le puse "Estrella de la muerte" de Iván Ferreiro porque me hacía gracia un comentario que hizo Sandy un día cuando ella llamó. Sandy cuando era mi Mía, mi Sandy, sólo mía. Así, indirectamente, todos los días la recordaba. 
Marla estaba al teléfono y yo no tenía ni ganas ni fuerzas de contestar. Así que dejé que la melodía sonara hasta su fin. "Mátame, mátame mucho..." y volví a sonreír mientras me secaba las últimas lágrimas. También para Sandy tenía una melodía especial, pero esa nunca sonaba. De hecho, he eliminado esa canción de todas mis memorias de almacenamiento para que el día que suene, suene porque tenga que sonar. Esa melodía me la reservo para otro recital, chicos, no os voy a quitar ya la magia. 
La verdad es que pensé en vestirme y recorrer el camino en dirección contraria por el que vi a Sandy. Quería intentar encontrarla, mirarla desde lejos, que ella encontrara mi figura escondiéndose en su miopía y poderle guiñar un ojo. Quería que no se olvidara de mí. Quería que ella siempre me tuviera en su recuerdo. 
Pero no era el momento. Si hubiera sido el momento, Sandy me hubiera hecho un gesto, me hubiera dicho que atacara ahora. Pero no. No lo hizo. Se fue sin hacer ruido. Se fue por el mutis. 
Y de golpe, me vino a la cabeza su afirmación, "sé que quieres escribir nuestra historia". Dejé la taza en el mostrador de la cocina y corrí a sentarme en el escritorio del salón, frente a mi portátil. Empecé a escribirlo todo como un diario. "A aproximadamente las doce y cuarto, pasó esto. A aproximadamente la una menos algo, lo otro. Casi a las dos, lo último. Su pedazo de relato. Y ahora lo último." Me salió sólo. Creo que lo acabé en menos de dos horas. Mis dedos se deslizaban por las teclas, era un chute de inspiración lo que Sandy había dejado en mí. "Ay, mi Sandy, mi noche mágica de fuegos de artificio, mi sueño." Y volví a llorar. Pero ya no era un llanto frío. Ya no llovía, ya no hacía frío. Sólo existía la humedad de la mañana. La humedad que predice un día magnífico, un día de sol, un día de Sandy. 
Sandy, aquí te espero. 
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Domingo, 31 de marzo. 10:45
Los aplausos inundaron la pequeña cafetería donde se produjo el recital de Lucas. Sandy, saliendo ya del local, le hizo un gesto con la cabeza de aprobación. De aprecio. De orgullo. De amor. Lucas le devolvió el gesto y siguió agradeciendo esas muestras de admiración por parte de su público. 
Bajó del escenario y se acercó a la barra. 
-Muy conmovedor, Lucas.- dijo Helena mientras le acariciaba el brazo. 
-¿Crees que le habrá gustado, Helena?- dijo Lucas mirando a la barra mientras seguía sonriendo.
-¿Ha venido, no? Pues ya tienes tu respuesta. Y ahora, de forma extraoficial, te digo que la he visto llorar. Y no como cualquiera de los ahí sentados que se han secado alguna lágrima, no. Ha llorado porque te echa de menos. Te sigue queriendo, Lucas. Pero yo jamás te he dicho nada.- Helena se alejó para atender a otro cliente y volvió.
-Helena, ya queda menos. Queda poco para que podamos volver a estar juntos.
-Lleva cuidado porque no sé qué demonios os pasa que cada vez que estáis cerca de tocar el cielo, todo se va a la mierda. Por favor, no os hagáis daño mutuamente de nuevo. No os queméis. 
-No te preocupes, estoy curado de espantos.- Helena hizo un gesto de suspicacia con la cara. -Ahora me tengo que ir que Marla viene hoy a la ciudad. Gracias por el bolo, Helena. Y gracias por hacer que ella viniera. Eres nuestro ángel.
-No os advierto más, haced lo que queráis. Luego os buscaré con una escoba y  un recogedor para barrer los pedazos que queden vuestros por el suelo. 
Lucas se abalanzó sobre la barra, le dio un beso en la mejilla y agarró su gabardina apoyada en el taburete. Salió del local, haciéndole un gesto de despedida con la mano y la cabeza a Helena desde el cristal y continuó caminando por la calle. 


Bajo la lluvia. (Parte IV)

Jueves, 21 de febrero. 04:20

"Me desperté sin motivo y miré a mi derecha. Él estaba ahí. Dormía como un bebé, como siempre lo hacía. Me desperecé sin moverme demasiado y me recosté en su pecho. Le observé mientras  con mis dedos jugueteaba con sus pelitos del pecho. En ese momento me sentí la persona más feliz del mundo. No había tenido sexo con él, pero aquel beso cuando dijo que me amaba, fue el beso más bonito de toda mi vida. Incluso más que cuando nos acostamos la primera vez. Eso sí fue magia, eso sí fue bonito. Lo añoraba. Lo añoraba tanto como añoraba la paz y la tranquilidad. La felicidad... Pero me daba miedo lo que podía salir de ahí. Ambos no estábamos en condiciones de intentar nada. Yo sé, aunque Lucas no me dijera nada, que él seguía con Marla. También me habían dicho sus ojos que él estaba bien, estaba tranquilo y sereno. Sus ojos me contaron cosas que él nunca me diría, como lo que influyó en su decisión de venir a estudiar su máster aquí. 
Quizás tampoco veía el momento de volver con él porque en casa me esperaba un novio con el que hacía cinco meses que no hablaba. Y no es porque no nos viéramos, no. Dormíamos juntos cada noche. Piel con piel. Incluso había noches en las que me apetecía sentirlo dentro de mí. Sé que le quiero. No de la forma que quiero a mi Sandy, pero, como él ha dicho, no hay una palabra, una comparación, para lo que siento por él. Y eso me quema. 
Me acerqué a su boca y lo volví a besar. Sé que él me sonrío aunque no lo viera bien por culpa de la oscuridad. Él siempre sonreía cuando dormía. Siempre. Todo él representa al amor, yo creo. Nunca he encontrado a nadie la mitad de amor que él. 
Lo abracé con fuerza mientras dormía y se giró involuntariamente hacia el lado contrario. Era su forma de avisarme que quería que hiciéramos la cuchara. Pero yo no podía abusar de su hospitalidad. Me levanté y busqué mi ropa. Vi que seguía húmeda y me puse a escribirle una nota que terminó siendo un relato. 
Aquí tienes una parte de la historia del libro que sé que quieres escribir. Te lo regalo. (Quita esta parte para que te sirva y yo sigo escribiendo.) 
Estaba sentada en la cocina, en el taburete que tenía para la barra. Curioso que en casa de una persona haya dos taburetes. Quizás, al igual que esa casa, su vida no estaba hecha para uno solo. (Cielo, cuánto me gustaría que aprendieras a valorarte y que comprendieras que vales más que cualquiera.) 
Que yo lo quisiera no es un misterio para nadie. Pero que nos hubiésemos encontrado en esta ciudad, lejos de su tierra y de la mía, lejos del lugar donde nos conocimos, se podría decir que no es casualidad. Pero entonces, ¿qué es? ¿el destino? Bueno, tampoco yo he sido muy materialista siempre, quizás exista de verdad algo que controla la vida. 
Busqué de nuevo mi ropa y empecé a vestirme para poder seguir relatándolo. Me daba miedo que se despertara, así que evité hacer ruido. Como regalo, cogí el jersey que me dejó para dormir y me lo llevé conmigo. 
Ahora sí que escribo en presente porque esto va para ti y no para tu historia:
Cielo, no olvides nunca que para mí lo eres todo. Al igual que tú me has tendido tu mano, yo voy a tenderte la mía cuando lo necesites. Sólo tienes que llamar. Llama y llora, si hace falta. Búscame, que siempre estaré para ti. Eres el jodido amor de mi vida, ese que nunca olvidaré y nunca podré comparar. 
Sandy, no olvides el significado de Sandy, mi noche. Eres todo lo que podría desear y no sé cómo encajarte en mi vida por más que ella me demuestre que eres la pieza de puzzle que me falta. Te amé, te amo y te amaré.

Sandy."

Bajo la lluvia. (Parte III)

Jueves, 21 de febrero. 01:45


Mía ya no lloraba. Mía me miraba y sonreía desde el otro extremo del sofá mientras se tomaba el chocolate. "Eh, ¿esas risas a qué vienen?" dije imitando un tono de voz de persona seria. "Me río de que esto tiene que ser una broma. No es posible" dijo ella mientras se acercaba la taza a la boca. "¿Me ves cara de payaso?" dije en el mismo tono. "Llevo un pint... no, no lo llevo. No llevo el bolso." Y miró fijamente al chocolate. Si lo sé no digo nada porque otra vez el gesto de Mía volvía a ser de preocupación. "Mía, ¿de verdad que no quieres contarme nada?" le dije mientras me acercaba a ella. "Mi madre." dijo sin levantar la vista. "Mi madre ha vuelto. Ha venido sin avisar porque dice que está preocupada. ¡Que está preocupada!" dejó la taza en la mesita y se acercó a mirar por la ventana. "Yo sé que no he sido la mejor hija del mundo, pero tampoco para que venga haciendo lo que ha hecho. "Mía, estás en los huesos.", "Mía, no tienes buena cara.", "Mía, ¿aquí es donde vives?", "Mía, ¿por qué nunca contestas el teléfono?" y un sinfín de gilipolleces. En serio, Lucas, estoy bien, he pasado una mala época pero me estoy reponiendo. Joder, estoy en una ciudad nueva. Se supone que estoy con alguien que me quiere y al que quiero. Se supone claro." Yo me había levantado y estaba justo a su lado mirando también donde ella miraba. "Quizás tu madre tenga razón.". "Me ha dicho que se va a quedar unos días y que volverá en un par de meses. Que si no tengo mejor aspecto, me he cambiado de piso y he solucionado los problemas con Alejandro, me lleva de vuelta a casa. Que no va a permitirme que destroce mi vida como lo estoy haciendo. Yo me he asustado, no sé por qué, le he gritado y le he dicho que ella no es nadie para controlar mi vida, que no se crea mi salvadora, que no crea que ella puede arreglar nada, que ella sólo es la mujer que me dio la vida. Y me he ido enfadada. Ahora tengo miedo de volver porque tengo miedo de reconocer que tiene razón. Tengo miedo de asumir que estoy destrozando mi vida, que he perdido el control." Ella hablaba mientras dibujaba emes en el cristal empañado. Alargué mi brazo y la rodeé. "Mía, de vez en cuando no está mal dejarse ayudar. Muchas cosas se pueden arreglar si las miras desde otra perspectiva. Te lo digo desde mi experiencia. Te aseguro que ella no quiere causar el caos en tu vida. Ella quiere lo mejor para ti. Igual que lo quiero yo, por ejemplo. ¿Quieres que te ayude yo, Mía, que estoy en tu misma ciudad?". Ella se giró y apoyó su cabeza en mi pecho. Agarró con fuerza mi sudadera y me dijo bajito y con calma: "No puedo dejarte entrar en mi vida, Lucas. Eres demasiado importante como para consumirte a ti también." "Soy consciente que parte de este caos interno que tienes, te lo he causado yo. Soy consciente que probablemente, los problemas que tienes con tu chico tengan un fondo del que yo soy responsable. Soy consciente de que juntos somos una cerilla y un bidón de gasolina que puede explotar en cualquier momento. Soy consciente de tantas cosas, Mía, y no me importan una mierda si son para tu bien." Mía se apartó y me miró fijamente con esos ojitos de sapo que se te clavaban como una estaca. Respiró y me dijo: "no tienes ni idea de cómo soy ahora. Podría dolerte toda la vida. El peso de un corazón roto es más ligero y más pesado, a la vez. Es más ligero porque te faltan cachos. Es más pesado porque no sólo pesa en el pecho, también pesa en el alma, en la mente. Te pesa en todos lados." Eso fue mi detonante. Le cogí la cara, puse mi cara a, aproximadamente, medio nanómetro, y le dije: "lo que tú no entiendes es que sería capaz de recorrerme hasta el último rincón del infierno hasta encontrarte y llevarte a la nube más bonita del cielo. Aunque mi eternidad la perdiera con ello." 
Mía comenzó a llorar. El cielo comenzó a llorar. Bruce comenzó a llorar. Yo comencé a llorar, Y estoy seguro de que la madre de Mía no había parado de llorar. 
Mía me volvió a abrazar con tanta fuerza que no me dejaba respirar. Mía se dio la vuelta, me cogió las manos e hizo que mis brazos la rodearan por la barriga. Se puso de puntillas y me susurró: "dime que me sigues queriendo como el primer día. Dime que no eres capaz de olvidarme. Que me amas incluso más que has amado a nadie, y que aunque duela reconocerlo, soy el amor de tu vida. Dime lo mismo que estoy sintiendo yo." "No quiero mentirte", le dije, "No te puedo decir que te amo incluso más que he amado a nadie porque no existe una comparación, una palabra, que exprese lo que yo te amo." Mía se separó de mí. Me miró con los ojos de un depredador y me besó mientras me sujetaba la cabeza como si no quisiera dejarme escapar nunca. Creo que en ese momento, el tiempo se paró para nosotros. Ese beso nunca pertenecería al tiempo. El tiempo no era digno de ello. 

Bajo la lluvia. (Parte II)

Jueves, 21 de febrero. 00:59

Mía estaba en el baño mientras yo le preparaba un chocolate caliente tal y como mi abuela me lo hacía a mí. Era el mejor chocolate caliente del mundo. Le había sacado ya unos jerseys y unos pantalones de pijama de los míos. "No creo que vaya a irse ahora, se quedará a dormir." pensé. Aún así, conozco a Mía desde hace mucho, sabía que no se conformaría con ponerse la ropa que le había dejado, sino que buscaría entre mis cosas hasta encontrar la combinación perfecta que encajara con ella. 
"Lucas, ¿dónde dejo la ropa mojada?" salió con una toalla alrededor de su cuerpo y con otra chiquitita secándose el pelo. Os juro que en ese momento quise hacerle veinte hijos a la vez. 
"Te he dejado ropa encima de mi cama para que te pongas lo que quieras. Dame a mí la tuya y la tiendo. Te estoy haciendo chocolate caliente."
"Lucas, sólo me has sacado pijamas." dijo riendo. Ya no llevaba toalla y yo, torpe de mí, tiré el cucharón del chocolate sobre mi pie. Sí, quemaba. Mía comenzó a reír más fuerte mientras decía que si me asustaba verla desnuda después de tantos años. O que si directamente le asustaba ver a una mujer desnuda. Mía podía reírse todo lo que quisiera, pero aún sonaba quebrada. 
"¿Te vas a ir a tu casa a estas horas?¿No quieres que hablemos?" Mía me miró con cara de pasmo. No se esperaba, no entiendo por qué, que yo quisiera escuchar lo que le pasaba. 
"Lucas...prefiero que sigamos sin saber nada el uno del otro. No es por ti, ni siquiera es por mí."
La acompañé hasta mi habitación y comencé a sacarle ropa para que pudiera ponerse algo e irse. Ella me abrazó por la espalda como un niño abraza a su peluche favorito. Me giré sobre mí y la abracé como si no quisiera que se fuera nunca. Su cabeza me llegaba al pecho y estoy seguro que pudo oír cómo mi corazón se aceleraba. Ahora entiendo lo que sentí, pero en ese momento, sólo quería que se fuera para siempre o que no se fuera nunca. La echaba de menos, sí. Realmente la echaba de menos. Al final va a ser verdad que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y vaya lo que perdí. 
"Mía, quédate. Sólo hoy. Por favor." susurré. "Lucas..." no le di tiempo a que continuara hablando y la besé. La besé como nunca antes lo había hecho. La besé mientras la subía en peso y sus piernas se enrollaban en mi espalda. La besé como si aún fuésemos esos amantes de hace ya varios años. Esos amantes que se amaban por encima de todo. Esos amantes que lo hubieran dado todo. Y ella volvía a llorar. Pero no dejaba de besarme. Lloraba y me besaba. Y llovía. Y hacía frío. Era un beso de llanto. Un llanto de beso. Con una lluvia fría. Con un frío húmedo de lluvia. 
Y apoyé a Mía sobre el escritorio sin dejar de besarla, pero ella me frenó. "No, no, no puedo, Lucas." me dijo mientras se cubría la frente y me separaba. 
"¿Estás con alguien?" pregunté en un tono que no me gustó. No era el tono en el que yo estaba pensando. Sonó como enfadado.
"Algo parecido. No quiero hablar de eso. ¿Puedo pasar contigo la noche? Si quieres me voy" La ayudé a bajarse del escritorio y la volví a abrazar. Ambos necesitábamos ese abrazo más que nada. 
"Mía, quédate todo lo que quieras, aquí siempre tendrás un hueco. Voy a sacar el chocolate."
Mientras me alejaba en dirección a la cocina, oí a mi Sandy susurrar algo que quizás ella no quiso que yo escuchara: "tú siempre serás el amor de mi vida."

Bajo la lluvia (Parte I)

Jueves, 21 de febrero. 00:17

Recuerdo perfectamente la última vez que la vi.
Aún hacía frío. Y llovía. Llovía como si no hubiera mañana. Y hacía frío. Lluvia fría. Frío húmedo de lluvia. Y ella lloraba. Quizás era la lluvia la que le mojaba la cara y simulaba las lágrimas. Quizás no. Quizás sus lágrimas componían la lluvia. Quizás el cielo estaba triste porque los ojos de Sandy estaban cubiertos de un rojo carmín que potenciaba el azul de sus iris. Quizás simplemente era una coincidencia. 
Yo estaba en casa escribiendo mi trabajo de máster cuando vi su chubasquero amarillo pasar por enfrente de mi ventana. Pensé que no era posible, estábamos viviendo en ciudades distintas. O eso creía. 
Ella pasó a un ritmo lento, cómo si no le importara que la lluvia se le metiera dentro de los huesos. De hecho, creo que su alma estaba más llena de lo que la lluvia podría calarla. 
Me levanté de un salto y bajé hasta la puerta de entrada del edificio. No sabía qué hacer. "¿La sigo?" pensé. Pero me sentía demasiado cobarde. Quién era yo para preguntarle por su vida cuando me dediqué a reventarla cuando estuve a su vera. Aún así, no podía dejar que se escapara. (En ese momento no sabía aún que Sandy lloraba).
Metí las manos en mi abrigo y descubrí un paquete de Lucky casi vacío. Era una señal. Yo empecé a fumar con ella. Y empecé con Lucky, como Donald Draper. Así que salí corriendo bajo la lluvia y me puse detrás de ella. Caminé unos setenta pasos cuando le dije "perdona, Amarilla, ¿tienes fuego?". Ella respondió con un "Pink Tomate no existe" y salió corriendo. No entendía nada así que supuse que era otro juego de ella y corrí hasta alcanzarla. 
"Mía, Mía, frena." dije mientras la sujetaba de un brazo. En ese momento se giró hacia mí del impulso y comprobé su rostro quebrado. Mi corazón se paró y casi rompo a llorar. Algo que nunca podré superar es la forma de partírseme el alma cuando ella suelta la primera lágrima. Es como si sintiera que lo más importante de mi vida desaparece. La abracé fuertemente contra mi pecho y le dije que no la iba a soltar hasta que dejara de llorar. Ella me abrazó también para mi asombro y comenzó a llorar cada vez más fuerte. Una de las veces pensé que se ahogaba. 
"Mía, vente a casa, nos vamos a resfriar." Pero Mía no contestó. 
Como quince minutos después, Mía se despegó de mi pecho. Sin mirarme me dijo que hacía cinco meses que nadie la abrazaba.  Y subió su mirada buscando la mía. Al ver mi cara retrocedió dos pasos del asombro. Mía se asustó. "¿Lucas?" dijo casi sin poder hablar. "¿Quién si no?", respondí. "No es posible. Tú estabas..." "Shhhh", la interrumpí. "¿Cómo iba a saber lo de Amarilla o tu nombre?" Mía no sabía qué decir y, como cuando no se sabe qué decir, rompió a llorar. "No, no, no, Mía, no llores, cielo. Sandy, cariño." Pero mi Mía, valga la redundancia, cayó de golpe al suelo y se cubrió la cara con las manos. "Que no, Mía. Que pares de llorar. Y nos vamos de aquí, te vas a poner mala." La ayudé a ponerse en pie, pero era incapaz de caminar hacia mi casa, se negaba a ir en esa dirección así que le dije que había cosas que ella no podía decidir y la tomé en peso. Ahí fue cuando por fin dejó de llorar y comenzó a reír. Creo que hasta el cielo sonrió con ella, porque cada vez aflojaba más la lluvia. 
Entramos al portal de casa y la bajé "¿Me vas a hacer subirte en brazos hasta mi piso?". Gracias a la luz del portal pude ver cómo sus ojitos garzos teñidos de rojo cada vez brillaban menos (a causa de la ausencia de lágrimas, no piensen mal) y se comenzaban a hinchar cual sapo. Ella siempre decía que tenía cara de sapo cuando se le hinchaban. Creo que es el sapo más precioso que puede existir, pero eso ya es mi opinión. 
"¿Quién eres?" dijo mientras se secaba las lágrimas en su jersey veinte tallas más grande. "Soy Lucas, Mía" sonreí. "Ya sé que eres Lucas, idiota. Digo que qué eres. ¿Por qué apareces siempre cuando más lo necesito? ¿Eres una especie de Ángel de la Guarda?" La verdad es que ese comentario me marcó bastante. Lo dijo sonriendo como ella hacía. Sí, de esa forma que tenía de llegarte al alma, de enamorarte. Lo dijo de tal forma que creo que ha sido uno de los momentos más bonitos de mi vida. "Cuando era niño creía que Dios me había mandado a la Tierra con alguna misión importante. Quizás me mandó para protegerte, no sé. Pero hace años que dejé de creer en él." Mía me miró y soltó una carcajada. Se tapó la boca y me miró con la cara que pone un niño cuando se ríe de algo de lo que no se puede reír y mira con complicidad a uno de sus progenitores. "¿El primero?" "Primero A" dije mientras la miraba subir los primeros escalones. "¿Te vas a quedar ahí parado o subes conmigo?" "Mía, te he echado de menos". "Pero no te enamores" "Qué idiota eres" y reí.