Bajo la lluvia. (Parte II)

Jueves, 21 de febrero. 00:59

Mía estaba en el baño mientras yo le preparaba un chocolate caliente tal y como mi abuela me lo hacía a mí. Era el mejor chocolate caliente del mundo. Le había sacado ya unos jerseys y unos pantalones de pijama de los míos. "No creo que vaya a irse ahora, se quedará a dormir." pensé. Aún así, conozco a Mía desde hace mucho, sabía que no se conformaría con ponerse la ropa que le había dejado, sino que buscaría entre mis cosas hasta encontrar la combinación perfecta que encajara con ella. 
"Lucas, ¿dónde dejo la ropa mojada?" salió con una toalla alrededor de su cuerpo y con otra chiquitita secándose el pelo. Os juro que en ese momento quise hacerle veinte hijos a la vez. 
"Te he dejado ropa encima de mi cama para que te pongas lo que quieras. Dame a mí la tuya y la tiendo. Te estoy haciendo chocolate caliente."
"Lucas, sólo me has sacado pijamas." dijo riendo. Ya no llevaba toalla y yo, torpe de mí, tiré el cucharón del chocolate sobre mi pie. Sí, quemaba. Mía comenzó a reír más fuerte mientras decía que si me asustaba verla desnuda después de tantos años. O que si directamente le asustaba ver a una mujer desnuda. Mía podía reírse todo lo que quisiera, pero aún sonaba quebrada. 
"¿Te vas a ir a tu casa a estas horas?¿No quieres que hablemos?" Mía me miró con cara de pasmo. No se esperaba, no entiendo por qué, que yo quisiera escuchar lo que le pasaba. 
"Lucas...prefiero que sigamos sin saber nada el uno del otro. No es por ti, ni siquiera es por mí."
La acompañé hasta mi habitación y comencé a sacarle ropa para que pudiera ponerse algo e irse. Ella me abrazó por la espalda como un niño abraza a su peluche favorito. Me giré sobre mí y la abracé como si no quisiera que se fuera nunca. Su cabeza me llegaba al pecho y estoy seguro que pudo oír cómo mi corazón se aceleraba. Ahora entiendo lo que sentí, pero en ese momento, sólo quería que se fuera para siempre o que no se fuera nunca. La echaba de menos, sí. Realmente la echaba de menos. Al final va a ser verdad que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y vaya lo que perdí. 
"Mía, quédate. Sólo hoy. Por favor." susurré. "Lucas..." no le di tiempo a que continuara hablando y la besé. La besé como nunca antes lo había hecho. La besé mientras la subía en peso y sus piernas se enrollaban en mi espalda. La besé como si aún fuésemos esos amantes de hace ya varios años. Esos amantes que se amaban por encima de todo. Esos amantes que lo hubieran dado todo. Y ella volvía a llorar. Pero no dejaba de besarme. Lloraba y me besaba. Y llovía. Y hacía frío. Era un beso de llanto. Un llanto de beso. Con una lluvia fría. Con un frío húmedo de lluvia. 
Y apoyé a Mía sobre el escritorio sin dejar de besarla, pero ella me frenó. "No, no, no puedo, Lucas." me dijo mientras se cubría la frente y me separaba. 
"¿Estás con alguien?" pregunté en un tono que no me gustó. No era el tono en el que yo estaba pensando. Sonó como enfadado.
"Algo parecido. No quiero hablar de eso. ¿Puedo pasar contigo la noche? Si quieres me voy" La ayudé a bajarse del escritorio y la volví a abrazar. Ambos necesitábamos ese abrazo más que nada. 
"Mía, quédate todo lo que quieras, aquí siempre tendrás un hueco. Voy a sacar el chocolate."
Mientras me alejaba en dirección a la cocina, oí a mi Sandy susurrar algo que quizás ella no quiso que yo escuchara: "tú siempre serás el amor de mi vida."

No hay comentarios: