Para ti, Alejandro.

Viernes, 8 de febrero. 03:05

Las dudas. Esas horribles compañeras que todo lo destrozan. Esas que se introducen sutilmente y cuándo menos lo esperas, ya han conquistado toda la relación. Y dónde no corría el aire, se vuelve un abismo espacial.  
Despertarte y saber que la primera persona en la que piensas no es la que tienes a tu vera, es lo que ellas provocan. Mirarle a la cara e intentar que sean otros ojos los que te miran. intentar sumergirte en lo negro de la pupila para que al salir, sean otros ojos. Pero no. Siguen siendo los mismos.
No poder mirarle cómo hace apenas unos meses lo mirabas. Que no te importe a la hora que llegue, que no te importe, siquiera, que llegue. Aunque él creyese que sólo le dolería a él saber lo que siento, a mí me arde por dentro esta indiferencia que el tiempo ha malmetido entre nosotros. 
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha provocado este enfriamiento casi instantáneo? La respuesta más fácil sería culpar a los demás, decir que el trabajo de Alejandro lo ha distanciado de mí. Decir que el recuerdo de mi Sandy nunca se ha borrado de mi cabeza, pero que estaba oculto. 
Siendo sinceros, eso no sirve para nada. Simplemente me conformaré diciendo que se me ha acabado el amor. O que mi corazón ha decidido rechazarlo como si fuera un agente infeccioso. No se me ocurre nada más para explicar este momento. Son las tres de la mañana, él aún no ha vuelto de trabajar y, sinceramente, ojalá no vuelva nunca. Pero casi sin terminar la frase, la puerta de casa se cierra a su paso. Él ha llegado, cariñoso como siempre. Me busca entre las sábanas y me hago la dormida. Busca mi calor, mi piel. Y la besa y la acaricia, y a mí lo único que se me ocurre es dejarme querer. No quiero que piense que ya no le quiero porque quererle, le quiero mucho. Sólo que no como quiero a mi Sandy. Sólo que no es como se debe querer. 

Entonces me doy cuenta: no se me ha acabado el amor. Se me ha acabado el amor para ti, Alejandro. 

Lucha temporal. (Parte II)

Sábado, 10 de diciembre. 21:34

Estaba apunto de acabar la última canción cuando los ojos de Ana se clavaron en los míos y sentí la necesidad de volverme invisible. No se había percatado de mi presencia hasta ahora. Mi estómago empezó a llenarse de nervios y de nuevo, las náuseas. 
Como hecho adrede, comenzó a cantar otra canción como bis. Esa media sonrisa de reproche y desprecio que siempre me había puesto en mi tiempo con Lucas, volvió a aparecer en su rostro. Y, por supuesto, no podía ser otra canción más que "nuestra canción". Sentí un latigazo en el alma, una fisura en el corazón y una tempestad en mi cara. Ella volvió a sonreír cuando se percató que estaba a punto de echarme a llorar. Gracias que Helena vio la situación y decidió que era el mejor momento para fumarnos un cigarro en la puerta.

-Lo ha hecho a propósito. Es una zorra.- Le dije buscando en mi bolso el paquete de tabaco mientras las manos me temblaban casi como a un enfermo de Parkinson. 
-Mía, te juro que no sabía que era ella, de verdad. Lo siento mucho.- Helena me miraba como pensando en el error que había cometido al traerme aquí.
-No te preocupes, en serio, no ha sido tu culpa. Esa zorra nunca ha soportado verme con Lucas y ahora le gusta la idea de hacerme sufrir. No se pudrirá por dentro de maldad. Joder, no encuentro el tabaco.-dije sacando con un gesto hostil las manos del bolso.
-Disculpen, ¿puedo invitarlas a un cigarro?- de nuevo esa voz. Toda mi piel se erizó al sentir su presencia detrás de mí. 
-Claro.-dijo Helena sonriendo pícaramente. 
-No he podido resistirme a volver a buscarla.-me susurró al oído mientras se inclinaba para dárselo.
De forma muy sutil, Helena se alejó como para llamar por teléfono y así dejarnos a solas. 

-Ahora le debo un café, caballero.- dije con una sonrisa mientras me giraba para mirarle. 
-En realidad he manipulado un poco las circunstancias, así que voy a cambiar el café por una copa ahora y la pago yo.
-Qué poco me gustan los manipuladores, caballero. 
-A mí no me gusta que me hipnoticen con la mirada, señorita, y no por eso he dejado de venir.

"Hipnotizado por mi mirada" me dije. ¿Qué probabilidad había de que dos personas sintieran lo mismo sin conocerse? ¿Y qué probabilidad había de que definieran de la misma manera esa sensación?

Volví a sonreír y le dije:
-Por favor, llévame lejos de este bar.
-Si hay algo dentro de este sitio que hace que esos ojos se vean tan tristes, debería entrar y resolver el problema. Nadie puede hacerle eso a una cara tan linda. 
-¡Mía!- Era ella. Inspiré hondo y me giré despacio. Esto iba a doler, seguro.- Madre mía, estás estupenda. Te veo más delgada. 
-Hola, Ana. Has estado genial.-dije fingiendo una sonrisa.
-Lo que no comprendo es que salieras justo en la canción más bonita. Le diré a Lucas lo guapa que estás, seguro que se alegra de que todo te vaya tan bien.- podía apostar mi cuello a que mentía más que hablaba.
Y aunque sabía que ella no era de fiar, necesitaba preguntarle por mi Sandy:
-¿Cómo está él?
-¿Es que no lo sabes? Marla y Lucas han sido papás.

Sentí cómo el peso del Universo caía sobre mí y sólo fui capaz de articular un triste "tengo que irme". Comencé a caminar deprisa. Helena cortó su conversación telefónica cuando le hice un gesto que entendió a la perfección. 
Y de lejos la voz de Ana retumbó dentro de mi cabeza:
-Le diré lo estupenda que estás. Te ha venido bien su abandono. A los dos os ha venido de lujo. 

Me paré en seco, miré hacia atrás y vi cómo entraba de nuevo en el bar. El pobre chico, perplejo con la escena que acababa de presenciar, se acercó corriendo a mí y me abrazó fuertemente contra su pecho. Me dio un beso en el pelo que provocó que rompiera a llorar con el único objetivo de asfixiarme con las lágrimas y dejar de respirar. 

Cuando el estruendo que provocaba mi llanto redujo su sonido, me apartó lentamente y con sus grandes manos me secó las lágrimas. 
-¿Quieres que te lleve a casa?

Le miré fijamente a los ojos y asentí. No sé cómo pero al ver esos ojos, olvidé el motivo de mi angustia. 



Lucha temporal. (Parte I)

Sábado, 10 de diciembre. 19:03

-Mía, levanta, vamos a salir a cenar.- dijo Helena quitándome la manta que cubría mis piernas de un golpe.
-No, Helena, hoy no. De verdad, esta época me pone triste, me recuerda que casi hace un año que Lucas se fue.- y rápidamente miré hacia otro lado intentando contener las lágrimas.
-No te he preguntado. Nos vamos, Mía, quieras o no. No te puedes pasar los meses encerrada en casa escuchando a Bruce mientras suspiras por los huesos de alguien que ya no existe más. 
-Lo sé, pero no paro de recordarme la vida tan feliz que tendría si él no se hubiera marchado jamás. Devuélveme mi manta. 
-Ni hablar. Si no te duchas tú sola, te arrastraré hasta ella y lo haré yo. Me parte el alma verte así por un gilipollas como Lucas.- Helena se sentó en el brazo del sofá para ponerse a la altura de mi cabeza y acariciarme la mejilla tiernamente.
-¿Tan mala soy, Helena? ¿Tan mal lo hice para que él no quisiera quedarse?
-Mía, por Dios... No pienses más en eso. Venga, va, seguro que salir te viene bien para despejarte.
-¿Qué me propones?
-En mi bar hay un concierto de un cantautor y de una chica que canta blues. Después podemos tomarnos una copa y pronto nos volvemos a casa, te lo prometo. 
-¿Encima me vas a hacer ver a mi hermana? Mira, te voy a hacer caso, pero sólo por hoy. No te acostumbres.
-Te voy a poner bien guapa para disimular esas ojeras feas en esos ojos azules.

Sábado, 10 de diciembre. 20:48

-Empieza cantando una chica tipo blues y tal. Luego viene el cantautor. Seguro que te gusta, Mía.- dijo con esa sonrisa suya que siempre enamoraba a los hombres, mientras abría la puerta del local. 

De golpe, el tiempo se paró. Era ella. La mejor amiga de Lucas. Mi corazón intentó huir por mi garganta, quedándose atascado y provocando que no fuera capaz de articular palabra. Mi rostro se volvió blanco y si no me caí al suelo fue porque un joven que observaba la escena mientras acababa su cigarrillo, voló rápidamente hasta evitar el desmayo. 

-No, no, no, se va a manchar ese vestido tan bonito si se cae al suelo.- me susurró al oído. 

Cuando abrí los ojos, me encontré abrazada a un muchacho alto, apuesto, moreno y con unos ojos penetrantes. Helena me miraba de lejos como sospechando de un sentido totalmente contrario al correcto. 

-Lo...lo siento mucho, de verdad. Últimamente como poco y el calor me ha hecho perder el sentido.- me disculpé girando la cabeza y clavándome en esos ojos que no me permitían dejar de mirarlos. 
-Por mucho maquillaje que lleves, las heridas de dentro no se tapa, y tienes unos ojos muy poco discretos.- volvió a susurrarme.- Por cierto, me llamo Alejandro.- y me soltó de sus brazos. 
-Yo soy Mía, encantada.
-Qué nombre más bonito tienes. Aunque es un poco posesivo.- resultó que no sólo sus ojos eran capaz de hipnotizarme, tenía una sonrisa capaz de iluminar el cielo nocturno. 
-Es increíble lo mucho que puede decir una palabra tan cortita.- sonreí. Helena me observaba junto a mi hermana, impactantes de ver otra vez mis dientes descubiertos. 
-Lo siento pero se me hace tarde. Un verdadero placer conocerla, señorita.- dijo besándome la mano.
-El placer es mío, caballero.- dije con una absurda reverencia antes de echarnos a reír como tontos. 
-Parece usted muy divertida. Algún día me gustaría invitarla a un café.
-Tal vez algún día. Pero ahora mismo no lo veo posible.
-Cierto, tus ojos me están chivando que tienes esto de aquí- dijo señalándose el corazón- algo...¿cómo decirlo? algo roto.
-Sí, algo destrozado. Pero no importa, la ciudad no es muy grande, si algún día nos volvemos a ver, le invito al café yo. 
-Trato hecho.- inclinó la cabeza, me soltó una media sonrisa y desapareció en la fría noche.

Me di la vuelta y mis dos chicas me esperaban ansiosas de nuevas historias. Gracias que la música de esa maldita chica, hizo imposibles las preguntas. 
Me había librado del interrogatorio, al menos durante un rato. 

Fin.

"-¿Seguro que quieres hacerlo, Aurora?
-Sí, cielo, ya es hora de ver qué ocultaban mis padres en este baúl. Aparte, si ellos no lo hubieran querido, no me habrían dejado la llave en la herencia. 
-Como tú quieras, es tu familia.

Aurora se agachó para abrir de una vez por todas ese baúl que siempre permanecía oculto y cerrado en el despacho de sus padres. Ahora que ya no estaban, no había ninguna razón por la que seguir escondiendo secretos. Pero lo que ella no esperaba encontrarse era un único cuaderno con forma de libro escrito a mano. Nada más abrirlo, en una página amarillenta por el correr de los tiempos, se podía leer:

"Para que Sandy permanezca viva toda la eternidad. Escrito por Mía y Lucas durante más de cincuenta años."

-Madre mía.- susurró la chica.- Santiago, ven. Mira.-  me dijo acercándome la inscripción.- Es su historia. 
-¿Esa historia que nunca te han contado?
-Sí... Nunca han querido contarme cómo se enamoraron. Y lo han escrito. Es muy fuerte. 
-¿Crees que lo tenían planeado? No sé, digo. Quizás querían que pasara esto. 
-Es posible, ellos siempre lo han tenido todo muy controlado. Pero hace más de cincuenta años que empezaron a escribirlo, cielo. No tienen tanta capacidad de control, creo yo. O he vivido toda mi vida con dos monstruos.- sonrió.
-Eran dos soles y lo sabes. Quizás deberías leerlo y después plantearte el por qué lo hicieron. 
-¿Tú sabes algo, verdad? Siempre te has llevado muy bien con Lucas...
-Se está haciendo tarde y tenemos que recoger al niño. Vamos y deja de pensar en teorías conspiranoicas. 
Ella me hizo un gesto de sospecha y comenzó a reír tal y como Sandy lo hubiera hecho. Aurora era una Mía sin fantasmas: despreocupada, valiente, sincera y con mucho amor que repartir. Creo que el único defecto de Aurora era el bobo que tenía por marido. El bobo al que enamoró sólo con una sonrisa en mitad de un albergue de montaña. 
También es cierto que era un poco descuidada, pero todos y cada uno de sus pequeños defectos eran sólo características de la perfección de ella. O eso es lo que yo veo.

Ahora que duermes te escribo estas líneas que tu padre me encomendó en su última charla conmigo. Me ordenó que te robara el cuaderno para describir cómo había sido tu reacción al encontrar el mayor tesoro material de tus padres. Material, porque el mayor tesoro que han compartido, y eso siempre lo han dicho cuando aún entraba oxígeno por sus canales, erais tú y el pequeño Lucas, al que no llegaste a conocer. 

Aurora, "la excusa más cobarde es culpar al destino", me dijo tu padre un día. Haz las cosas cuando las sientas y no esperes que el mundo siempre esté de tu lado. Pero lo bonito de esta vida tan larga y corta, a la vez, es luchar por lo que uno quiere y disfrutar cada segundo de alegría, de dolor, de nostalgia..., como si fuera el último. 
Promete ser feliz hasta tu último aliento. Yo le prometí a tu padre que mataría a todos los monstruos que hiciera falta por ti. 
Cuando leas esto, piensa que desde el cielo, o desde este libro, ellos aún te recuerdan, te cuidan, te quieren y sólo te piden que disfrutes de todas las experiencias que este camino te reserva. Sé feliz como ellos lo fueron. Sé feliz por encima de todas las cosas. Sé feliz y ama mucho. Ama con el espíritu, con el alma, con la cabeza, con el corazón, ama con todo tu ser. Ama siempre y déjate querer. 

El bobo de tu esposo, Santiago."

La lluvia comenzó a golpear la ventana del cuarto a la vez que recorría el rostro de la joven. 


Soledad.

Viernes, 12 de abril. 12:48

¡Lucas, Lucas. Lucas, despierta. Lucas!

Cuando abrí los ojos encontré una escena macabra sobre mi colchón: Marla llorando mucho y una gran mancha roja que se extendía desde su entrepierna hasta casi sus rodillas.
-Dios mío, Marla, ¿qué te pasa?- dije levantándome de un salto de la cama. 
-No lo sé, Lucas. Si lo supiera no estaría así.- Balbuceó con la voz entre cortada. Tenía la carita roja y una mirada que hacía daño.
-¿Pero sigues sangrando o se te ha cortado? ¿Qué hago, Marla?
-Llama a la ambulancia, idiota.- Me mataba poquito a poco su sufrimiento. 
Alargué el brazo para coger el móvil de la mesilla mientras la ayudaba a levantarse de la cama y llevarla hasta la bañera. 
-¿Te ayudo?- dije con la boca pequeña mientras me cogían el teléfono. Negó con la cabeza mientras empezaba a mojarse. 

-Hola, mire, mi novia se acaba de despertar con las piernas llenas de sangre procedente de sus partes íntimas.- nunca me había costado tanto explicar nada.- No se corta y creo que necesitamos una ambulancia. No, no estaba embarazada, creo. Vale, muchas gracias.
Me acerqué a Marla y le repetí si necesitaba ayuda. Volvió a negar con la cabeza y le dije que estaría en el salón fumando. 
No sabía qué deberíamos hacer, ni siquiera si es que Marla tendría algún problema grave. Dios mío, sólo me faltaba eso a mi semana de incertidumbre. "El destino tiene un sentido del humor un poco agrio." me dije.

El timbre de la puerta provocó un escalofrío de remordimientos que me recorrió toda la espalda. Abrí la puerta rápidamente y me encontré otra escena aún más desoladora: Sandy. Sandy y su cara de "Otra vez, Lucas. Otra vez me la has hecho, hijo de puta." Intenté salir hacia el pasillo para hablar con ella, pero me frenó diciendo:
-No. No me vas a volver a ocultar más, Lucas. Estoy cansada de ti y de tus secretos. Estoy cansada de todo lo que tengo que soportar para ver la parte más pura de mi Sandy. No. Que me oiga quién me tenga que oír, pero yo no vuelvo a ocultarme de nadie.-
Las palabras de Mía empezaron a rebotar en mi cabeza, incapacitándome para pensar con claridad. No era capaz de articular palabra y lo único que me salió fue un triste y ridículo "lo siento". "Claro que tienes que sentirlo, pedazo de capullo. Sólo eres capaz de reventar las pocas esperanzas que la gente pone en ti. Me das asco, Lucas" pensé. Como era lógico, a ella tampoco le valía un penoso "lo siento":
-Calla, no quiero que digas nada. Sólo quiero que escuches, aunque creo que eso tampoco sabes hacerlo.- Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Sus ojitos garzos se tiñeron de carmín y una tormenta estaba a punto de estallar.- No tenías por qué haber dicho nada. Podíamos haber seguido cada uno con sus vidas, sin cambiar nada. Pero tienes la puta mala costumbre de prometer cosas que sabes que no eres capaz de cumplir. No eres consciente de todo lo que he dejado por hacer lo que he hecho hoy, pero es que tampoco eres consciente de lo que significa que me hayas aniquilado de esta forma. Ahora, dos años después de la primera vez que me dejaste, no tienes ninguna excusa por la que quedarte, por la que no escapar conmigo. Así que esto se traduce en algo muy sencillo: voy a desaparecer para siempre de tu vida. Para mí, acabas de morir. 
Pude sentir como todo mi ser se rompía en miles y miles de trozos. Lucas como ser completo dejaba de existir. Ahora Lucas tenía un hachado de realidad clavado en el pecho. Ahora Lucas no sabía cómo explicar que había sido un puñetero cobarde desde que Sandy mostró la valentía de dejarlo todo, otra vez, por él. Intenté usar lo de Marla como excusa, pidiéndole que me dejar explicar los motivos por los que no había ido a su encuentro, pero yo no podía engañarla. No. Ella me conocía incluso mejor que yo mismo y sabía que nada en el mundo ejercía la suficiente fuerza sobre mía para que hiciera o no algo, excepto mis propias dudas e inseguridades, que se extendían por mis venas causando la muerte de toda esperanza. 
-Calla.- Volvió a repetirme.- No tienes nada que explicar. Te has acostado con ella. 
"¿Mía? No, por favor, no consideres eso como la mecha de esto, por Dios. Sabes que para mí, al igual que para Donald Draper, el sexo está vacío." pensé. 
-Pero no la amo.- susurré para que Marla no me escuchara, si es que estaba escuchando la conversación.
-Es la primera vez que esa boca no escupe una mentira. Claro que no la amas. Ni a mí tampoco. ¿Qué se puede esperar de una persona que no es capaz ni de amarse a sí mismo? Tú no sabes lo que es el amor. Has convertido nuestra historia en tu historia. Y aquí siempre me toca perder. No te preocupes, no mancharé más capítulos. Escribiré la mía en paralelo.  Pero no esperes estar ahí, no, en esa historia tú no vas a dolerme más.
Al fin lo dijo. Algo que yo supe desde el primer momento en el que lloró por mí: yo sólo iba a ser el factor de dolor de toda su vida. Soy el cáncer de amor de Sandy. Soy lo peor que le ha podido pasar a esta pobre chica. Ojalá y fueran verdad sus palabras. Ojalá me muriese en este instante para dejar de hacerle daño a la persona que menos se merece del Universo que yo le haga daño. Pero aún muriendo, Sandy volvería a sufrir. No sé qué debía hacer para que mi amor, mi Sandy, dejara de pasarlo mal por mí. Pero eso de que siempre perdía ella... Yo fui quién lo arriesgó todo cuando le dije que tenía novia. Yo jugué todas mis cartas por ella y aún así siempre he salido perdiendo...
-Mía, no.- dije con los ojos empapados de culpa.- Aquí el único que pierde siempre soy yo. Yo lo arriesgué todo por ti, tú sabías a lo que nos enfrentábamos siempre, pero era yo el que lo sufría todo.  Aún así lo hice por ti. 
-¿Me estás reprochando lo que pasó en la residencia?- La cara de Mía asustaba.- ¿Qué ibas a perder tú? ¿A tu novia de toda la vida? Ah, no, que tenías a otra esperándote. ¿A tu jueguecito de fin de semana? Tampoco. Alguien calentaba tu cama todas las noches. Yo perdí lo más importante que he tenido en mi vida: a mí misma. Deja de hacerte la víctima, Lucas. Nunca has pagado tus problemas, siempre tienes una buena excusa para todos. Curiosamente, las personas que más te quieren siempre pagan tus inseguridades. Vuelve dentro y dile a Marla que tu muñeca ya se ha roto del todo y que se va para nunca volver. Ni se te ocurra volver a pensar en mí. No tienes derecho ni a recordar mi cara. 

Y se fue. Simplemente se fue. Vi cómo el amor de mi vida me exiliaba de la suya por ser un completo imbécil.

Cerré la puerta con aplomo, no era capaz de asimilar todas las palabras que Mía me había escupido. Cada una con más razón que la anterior. Me di la vuelta y vi a Marla mirándome, preparada para irnos al hospital. Ella estaba igual de impactada y sólo dijo:
-No sé qué clase de persona habrás sido para que alguien te diga las cosas con tanta claridad. No sé qué clase de desastres habrás ocasionado en su cabeza pero me das asco. Lucas, ni te molestes en acompañarme al hospital. Cuando vuelva, recogeré mis cosas y me iré. Te mereces morirte solo. Ni las ratas van a querer pasar su tiempo contigo. Eres despreciable.
-Marla...
-Adios.-dijo tajantemente cerrando la puerta con un portazo. 

En menos de diez minutos, la eterna duda que me rondaba la cabeza desde el jueves, se había resuelto. Estaba totalmente desubicado. Decidí volver a refugiarme en Bruce e intentar anestesiarme. 
-Por favor, Bruce, Dios, o como te llames, haz que nadie quiera saber nada de mí jamás. 

Y mientras empezaba a dormirme en el sofá, el viento pareció susurrar "De eso ya te ocupas tú.".

El intento de huida.

Viernes, 12 de abril. 10:02

"Ay, creo que ya está todo guardado. Madre mía, lo voy a hacer de verdad. ¡Voy a volver a mis diecisiete años capados! A hacer locuras, a no pensar en el futuro... Pero algo dentro me dice que las cosas no están bien. ¿Por qué me siento tan indiferente? Quizás... No. Las dudas no acabarán conmigo ahora. No. Las dudas no romperán mis planes ahora. Estoy decidida a volar."
Guardé las maletas en el coche y mientras cerraba la puerta de casa, algo me decía que no era para siempre. 
"Déjame disfrutar de mi momento" dije mientras me golpeaba la cabeza con suavidad. 

Después de aparcar, caminé quince minutos hasta llegar al callejón contiguo al café de Helena esperando que Lucas ya estuviera allí. Como siempre había pasado, era yo la que no llegaba a su hora. 
Pero ahí no había nadie, sólo un callejón húmedo y oscuro. Mi cabeza empezaba a gritarme "te lo he estado diciendo. Era demasiado bonito para ser verdad. Despierta, Mía, esto no es un sueño." Pero mi corazón tenía todo tipo de excusas para justificar la no presencia de Lucas: "dale un margen de tiempo. Quizás ha encontrado tráfico..." 
Tras un hora y media de espera y casi un paquete de tabaco, ya no me soportaba en pie. Mi rostro había perdido el color que había ganado hacía apenas unos días. Mis ojos volvieron a olvidar cómo se brillaba. Y mi corazón volvía a estallar en miles de pequeños cristales que se clavaban delicadamente sobre mis pulmones, impidiéndome respirar. 
Suspiré profundamente y dije en voz alta: "no va a venir. No se ha atrevido". Salí del callejón y me dirigí a mi coche de nuevo. Me di cuenta de que Helena había estado pendiente de la escena todo el tiempo y cómo lentamente agachaba la cabeza cuando me vio salir sola y con todo el cuerpo inmerso en un temblor constante. 
Me había impedido llorar hasta llegar al coche, donde pensé que iba a convertirme en un mar de lágrimas. Pero no. Cuando llegué al coche sólo pensé en hacer una cosa: ir a casa de Lucas y decirle que me iba para siempre. Sin él. 
Conduje media hora, con la canción "The Promise" de Bruce en bucle hasta que observé el edificio de Lucas desde el final de la calle. Aparqué justo delante y vi una tierna escena: Lucas fumando en la ventana mientras Marla se vestía en la habitación. "Podría tener la decencia de cerrar las cortinas", pensé. 

Llamé al timbre y mi ex Sandy me abrió sólo con los pantalones del pijama, sin camiseta. La expresión de su cara nunca la olvidaré. 
Hizo un intento de cerrar la puerta por fuera, pero lo frené: 
-No. No me vas a volver a ocultar más, Lucas. Estoy cansada de ti y de tus secretos. Estoy cansada de todo lo que tengo que soportar para ver la parte más pura de mi Sandy. No. Que me oiga quién me tenga que oír, pero yo no vuelvo a ocultarme de nadie. 
-Mía... lo siento.
-Calla, no quiero que digas nada.-le corté.- Sólo quiero que escuches, aunque creo que eso tampoco sabes hacerlo.- Cerré los ojos e inspiré con fuerza, cosa que provocó la aparición del mar de lágrimas agrias que no habían escapado en mi coche- No tenías por qué haber dicho nada. Podíamos haber seguido cada uno con sus vidas, sin cambiar nada. Pero tienes la puta mala costumbre de prometer cosas que sabes que no eres capaz de cumplir. No eres consciente de todo lo que he dejado por hacer lo que he hecho hoy, pero es que tampoco eres consciente de lo que significa que me hayas aniquilado de esta forma. Ahora, dos años después de la primera vez que me dejaste, no tienes ninguna excusa por la que no escapar conmigo. Así que esto se traduce en algo muy sencillo: voy a desaparecer para siempre de tu vida. Estás muerto para mí. 
-Mía, no digas eso. Por favor, déjame explicarme.
-Calla- volví a hacer un gesto para que no continuara.- No tienes nada que explicar. Te has acostado con ella. 
-Pero no la amo.-dijo en forma de susurro muy débil. 
-Es la primera vez que esa boca no escupe una mentira. Claro que no la amas. Ni a mí tampoco. ¿Qué se puede esperar de una persona que no es capaz ni de amarse a sí mismo? Tú no sabes lo que es el amor. Has convertido nuestra historia en tu historia. Y aquí siempre me toca perder. No te preocupes, yo escribiré mi historia en paralelo. Pero no esperes estar ahí, no, en esa historia tú no vas a dolerme más. 
-Mía, no. -dijo con los ojos empapados.- Aquí el único que pierde siempre soy yo. Yo lo arriesgué todo por ti, tú sabías a lo que nos enfrentábamos siempre, pero era yo el que lo sufría todo. Aún así, lo hice todo por ti.
-¿Me estás reprochando lo que pasó en la residencia? ¿Qué ibas a perder tú? ¿A tu novia de toda la vida? Ah, no, que tenías otra esperándote. ¿A tu juguecito de fin de semana? Tampoco. Alguien calentaba tu cama todas las noches. Yo perdí lo más importante que he tenido en mi vida: a mí misma. Deja de hacerte la víctima, Lucas. Nunca has pagado tus problemas. Curiosamente, las personas que más te quieren, siempre pagan tus inseguridades. Vuelve dentro y dile a Marla que tu muñeca ya se ha roto del todo y que se va para nunca volver. Ni se te ocurra volver a pensar en mí. No tienes derecho ni a recordar mi cara. 

Salí con una fuerza de ahí, de la que desconocía su origen. Pero me sirvió para llegar al coche, arrancar, desaparecer de ese barrio y volver al mío. Paré el coche, observé la puerta de mi casa y me di cuenta de todo: había vuelto a perder por culpa de la misma persona. Ahora sí que no pude soportar todo el sofocón de sentimientos y empecé a llorar. Me deshice en lágrimas. 
Levanté la cara del volante, para buscar un pañuelo de papel cuando vi a un joven que dejaba un folio escrito en mi luna: 

"Nadie es tan importante como para que nos perdamos a nosotros mismos. Nadie es tan imprescindible como para que muramos por él. Nadie merece que una chica tan guapa llore de esa forma. Y haya pasado, lo que haya pasado, esa chica tan bonita, no merece llorar sola en un aparcamiento. 
Sólo si ha muerto tu hijo, te consiento que rechaces un café caliente en mi apartamento. 

Rodolfo."

Las dudas.

Jueves, 11 de abril. 5:56
Toda la noche rezando para que el Sol no saliera, para que la Tierra implosionara durante la oscuridad para volver a escaparme de mis dudas. 
Llevo deseando volar con ella toda mi vida y ahora que puedo, no sé qué hacer. Tampoco puedo consultárselo a nadie, son las seis de la mañana y tengo que decidirme ya. Maldito necio. No entiendo cómo alguna de las dos puede sentir un ápice de aprecio hacia mí. Soy despreciable. Quizás debería volver con Marla a Barcelona...
-Lucas, cielo, vuelve a la cama.- grita la bruja desde MI cama. Es MI casa y ella dice siempre lo que tengo que hacer. La odio. Hasta su tono de voz me resulta repulsivo. Pero son ya tantos años con ella a mi lado, que no sé qué sería mi vida sin ella. ¿Debería lanzarme a la aventura? Soy un cobarde, Mía siempre me lo ha dicho.
-No tengo sueño, Marla.- le contesto con cierto retintín. 
Apagando ya el cigarrillo que me mata de esa forma tan lenta y desesperante, vuelvo a ver una señal. Otra más. Al final voy a terminar creyendo en Dios. 
Una chica pasea con un chubasquero amarillo mientras golpea con el paraguas el agua de los charcos. El mundo se postra ante los encantos de Sandy. Cómo no. Tiene el superpoder de enamorar todo lo que toca. De hecho, las autoridades sanitarias advierten que Sandy provoca adicción severa. 
Mierda, no me he dado cuenta y he borrado con la mano las emes que Mía dibujó en mi ventana. Soy gilipollas. Definitivamente, soy subnormal.
En fin, debería volver a la cama y esperar a que el mundo reviente o me diga lo que tengo que hacer. Yo ya no quiero pensarlo más. 
Cierto es que todo hubiera sido más fácil si el vientre de Marla no hubiese decidido matar a mi hijo. Creo que me he pasado. Eso es por culpa de la hora que es y el no dormir, seguro. 
Sí, mejor me vuelvo a la cama.  

El lobo.

Lunes, 21 de enero. 08:06.

Te despiertas como todos los días y lo primero que haces es mirarte en el espejo, ese espejo que sólo te muestra toda la mierda que un alma puede esconder. 
Intentas ser buena, ser comprensiva. Intentas serlo todo para todos. Algo te falla. 
Te lavas la cara evitando mirar el reflejo que te escupe. Te quitas la ropa y entras en la ducha. El agua sale sucia. Hasta tu piel es consciente de que escondes algo dentro. 
Sales y te secas. Notas cómo las gotitas de agua no tardan en separarse de tu cuerpo. Ni ellas quieren tocarte. 
Te vistes, te peinas, intentas maquillar la masacre en la que se ha convertido tu rostro. Coges tu bolso y sales de casa. Respira. El demonio se ha ido una mañana más. 

"¿Por qué  se fue Lucas?" te atreves a seguir preguntándote. 
Nadie quiere vivir con un lobo que intenta ser cordero.  Por mucha piel que te arranques, por muchos dientes que te quites, tarde o temprano, el lobo, aunque no tenga piel, aunque no tenga dientes, termina devorando todo lo que tiene a su alrededor. 

Por eso se fue Lucas. 

La bruja o el fantasma.

Jueves, 11 de abril. 02:36
"Me cago en mi puta suerte", fue lo único que pude pensar cuando terminé de leer la carta de Sandy. Era el momento de decidir de una vez por todas si de verdad quería darlo todo por ella o una vez más volvería a la indecisión de un futuro incierto frente a un futuro acomodado. Me quedaba poco tiempo para decidir y Marla dormía en mi cama.
"Me cago en mi puta vida y en mi puta suerte" volví a repetirme mientras buscaba como un loco algún cigarrillo en la chaqueta colgada en el perchero de detrás de la puerta principal. 
Nada me aferra a esa casa. Las cosas con Marla no iban bien. De hecho, decir que no iban bien sería darle una visión demasiado optimista al asunto. Sabía que era el momento de huir, el momento de escaparme, de volver a las locuras de cuando conocí a mi Sandy. Era ahora o nunca. Pero algo me ataba las manos, algo me decía que no debía hacerlo.
"Probablemente ella ni esté cuando yo vaya. Y volveré a quedar como un gilipollas al ver que ella sólo ha puesto a prueba mis nervios. O quizás quede de nuevo como un gilipollas si después de decirle que la necesito como el océano a cada gota de agua, no aparezco. Quizás es que no quedo como algo, es que soy un gilipollas sin remedio." 
Me encendí el cigarrillo medio arrugado y me puse a observar por la ventana de mi salón. Sólo había dos ventanas y las dos tenían algo que ver con Sandy. O quizás sólo era un triste iluso intentando que todo tuviera una pequeña relación con ella. Sin duda, mi corazón me había demostrado año tras año, mes tras mes, días tras día y minuto tras minuto, que todos los aspectos de mi vida tenían una pequeña relación con ella. Y si no la tenían, me la inventaba. La cosa era que todo, de forma más o menos indirecta, me recordara que una vez Sandy se cumplió. Que Sandy no era sólo un sueño de invierno. Que Sandy no era sólo una canción de Bruce. 
"Dios, si estás ahí, mádame una puta señal que me diga lo que debo hacer. Dime si ella es mi futuro o es mi fantasma. Dime qué es." dije mientras me reclinaba sobre la ventana, apoyando los codos en la repisa y acariciándome el pelo con la mano liberada del cáncer en monodosis. Levanté los ojos del suelo, di una calada al cigarrillo y expulsé el humo como si me quemara dentro. De golpe lo vi. La señal, esa era sin duda la señal. Dos emes dibujadas torpemente en el cristal habían aparecido gracias a la humedad del exterior de la ventana y el humo cálido del interior de mi garganta. La eme de Mía. La eme de mi Sandy.
-¿Otra vez fumando?- dijo una voz detrás de mi mientras una mano demasiado suelta me acariciaba las vértebras de mi columna. 
Sin cambiarme de postura, levanté la cabeza del cristal y la miré. Su rostro transmitía una cálida tranquilidad que me juraba la serenidad de mi futuro.
-Vaya, has dibujado dos emes en el cristal. ¿Tanto me echabas de menos, cariño?- Esa sonrisa desprendía un afecto típico de madre a hijo. ¿En qué se había convertido mi relación con Marla? ¿Una especie de empatía hacia los necesitados? 
"Maldita bruja, ni por asomo pienses que dibujaría nada en el cristal por ti" pensé. 
-Se ve que no tienes muchas ganas de conversar. Vamos a la cama, que ya es tarde y mañana tienes que ir a trabajar temprano.- Marla me agarró de la mano donde mi futuro cáncer se consumía lentamente y me lo arrancó de los dedos, tirándolo por la ventana donde vi por penúltima vez a mi Sandy. 
"Maldita bruja consentida." seguí pensando, pero no tuve fuerzas para decirle nada. 
Asentí. Me dejé llevar hasta la cama y olvidé a mi Sandy en la media hora siguiente en la que Marla intentó aferrarse a un trozo de mí mismo, introduciéndolo en el único lugar en el que esta puta bruja parecía  tener sensibilidad. 

Volver a caer.

Lunes, 8 de abril. 22:07
"Quizás aquel refrán de 'ojos azules, embusteros' esté desfasado. Yo creo que los ojos de mi Sandy son más inestables que mentirosos. De hecho, podría hacer un reportaje con las mil peores formas de mentir que tiene Sandy. No sabe hacerlo porque no lo necesita. Afronta la vida con sinceridad y eso le hace parecer la chica más triste de la ciudad. Si supiera la manera de alegrar esa mirada, si supiera cómo hacer que su alma viva en paz...
Quizás para ello lo único necesario es hacer que viva en la ignorancia, cosa que ella misma nunca permitiría. 

Mira que eres cabezona, tonta mía. Eres cabezona hasta morir. Y eso, a la vez que me molesta, me enamora. Si algo te convence, ya puede bajar Dios que no vas a cambiar de opinión. Puta loca. Y sí, loca, estás loca. Esos puntazos que te dan, no son normales. Estás tan loca que me has vuelto loco por ti. Y vuelves a hacer que te odie y te adore a partes iguales. 
Y, Sandy, hay algo que cada vez que pronuncias con esos labios de ensueño, me rompe el alma de amor. Cuando usas el 'te odio' como quién usa el 'te quiero', haces que mi vida empiece a girar del revés. 
Quizás nadie sea capaz de odiarme como tú me odias. Ese odio que me despierta diciendo 'Lucas, es que te quiero tanto que te odio por hacer que te quiera así. Y, a la vez, te vuelvo a querer por provocar ese odio que, al fin y al cabo, no es más que amor sin pulir. Pero eso vuelve a provocar que te vuelva a odiar por no dejar que te quiera sin más, por provocar que siempre seas algo más. Eres odioso.' Nunca te perdonaré que eso me lo dijeras al despertar. Eres la reina de la espontaneidad, de la elección de los peores momentos. Un día me va a dar un ataque de amor por esas cosas que me van a dejar en el sitio. 

Maldita Sandy. Maldito encanto natural. Maldita toda. Maldita y mil veces maldita. 
'Tienes el superpoder de enamorar todo lo que tocas' te recriminé un día. Un día que amanecí con el corazón roto. Roto de amor, de odio, de impotencia. Roto porque te habías marchado sin despedirte. Roto porque cada vez nos sentimos más obsesos. Roto porque no estabas. 

Mi Mía, mi Sandy, mi princesita acuática, mil dulce agria. Eres extremática, aunque no exista, me invento palabras porque el diccionario se queda corto para describirte. Nadie sabe describir la perfección. Y como toda perfección es completamente subjetiva, yo te digo que tú representas lo extremático. Eres algo y todo lo contrario. Eres fuego y eres agua. Eres frío y eres calor. Eres frigidez y eres la lujuria. Hay quién lo denominaría 'equilibrio', pero no. Tú lo que eres es extremática. Lo eres todo y no eres nada. Eres sueño y pesadilla. Eres todo lo que cualquiera podría necesitar en su vida y eres lo que nadie tiene el valor de encajar en la propia. 
Eres la que vuela, digámoslo así. 

Te odio, Mía. Te odio como si no existiera un mañana. Te odio como si fuera mi último aliento. Te odio tanto que me matas y me das vida, otra vez sentimientos extremáticos. 

Aquel día, en el cafetín, aquel día que tuve el descaro de no esconderte en forma de seudónimo en el recital de mi último relato basado, sin lugar a dudas, en tu última visita a mi vida. Aquel día tuve el descaro de expresar todo tal y como lo sentía. Y aún sigo dándole las gracias al señor de que el tren de Marla se retrasara. Y aún sigo dándole las gracias al señor de que vinieras sola. 

No puedo seguir así, Sandy, te necesito. Y sé casi seguro que justo ahora será el momento en el que menos me necesites tú a mí. Pero yo quiero volver a ser tu apoyo. Volver a ser tu odiado, tu tumor maligno. 
Quizás todo sería más sencillo, rápido y concreto si te hubiera llamado en lugar de escribirte esta carta. O quizás si te hubiera ido a buscar. A buscarte bajo la lluvia, como la última vez que te apareciste. 
Mía, vuelve. Deja que te cure con las 'toneladas de cariño que mereces y que nunca te han dado'. Deja que te proteja del dolor y del desamparo. Deja que mi piel cure tu piel. 

Déjate querer."

Jueves, 11 de abril. 10:07
"¿Te imaginas que pudiéramos ser felices realmente alguna vez? ¿Te imaginas que algún día llegásemos a tener una relación sana y estable de la que pudieran florecer incluso niños? Contigo nunca podré ver ese futuro. Y no porque no quiera, no. Sino porque es la propia vida la que no quiere. 
Sandy, por mí, me iba esta noche contigo al fin del mundo para no volver jamás. Pero no puedo. Tengo una pareja que me quiere y me respeta y al que le debo lo mismo. Tengo una pareja que no me abandona cuando más lo necesito. Tengo una pareja que contigo nunca podría ser. 
Y nunca dudes que no es por el amor que ambos sentimos, porque que me parta un rayo en mil pedazos si miento al decir que te digo amando y odiando de la misma forma que cuando te conocí. Que mil rayos me atraviesen si miento al decir que todos los santos días me despierto odiándome y odiándote  por todo lo que siento en el interior de mi pecho. 
Pero no es el momento. Y mira que me da rabia escribirte la palabra 'momento', pero es lo que toca. Ahora mismo soy tan autodestructiva que acabaría destruyéndote a ti también. 

Es cierto, tengo el superpoder de enamorar todo lo que toco. Y, lejos de ser una virtud, es toda una maldición. No es algo sencillo intentar día tras día olvidar todo lo que siento por ti para intentar sentir una copia mala de lo que debo sentir, de lo que él siente por mí. Estoy harta. 
Lucas, me parte el alma robarles la vida, robarles el amor, de esta manera. Y lo sabes, sabes cómo me siento, porque eres de las pocas personas que realmente son capaces de sentir lo que yo siento. De empatizar como yo lo hago. 
Provocar que las vidas de otros dejen de tener sentido, no es agradable. Provocar sentimientos extremos, que no extremáticos como provoco en ti, no es algo de lo que me sienta orgullosa. 

Lucas, si te doy una dirección, una fecha y una hora, ¿huirías conmigo? Tal vez deba dejar de contentar al deber. Tal vez deba dejar de buscar el momento perfecto y volver a dejarme llevar. Tal vez este sea nuestro momento y lo estemos dejando escapar. O tal vez no, pero te aseguro que si te pierdo a ti, me pierdo a mí. Te necesito para que me sigas recordando quién soy y de qué soy capaz. 

Imagina, si en un trozo tan pequeño de papel como lo es esta carta, soy capaz de contradecirme tanto, cómo será mi vida actual. Tú decides, como siempre.

¿Huimos?
Te espero el viernes en el callejón contiguo al café de Helena. 

Con sentimientos extremáticos, tu Sandy.
Mía."

Bajo la lluvia. (Parte V) ¿Final?

Viernes, 22 de febrero. 07:02
Cuando desperté ella ya no estaba. Me dio mucho coraje, porque me apetecía hacerle el desayuno, que se despertara como la princesa que es. Me apetecía desayunar con ella en la cama, ver cómo su sonrisa iluminaba la mañana. Me apetecía terminar de desayunar y comenzar el desayuno de besos, que ella se sintiera mal y que me pidiera llevarla a su casa. Me apetecía ver cómo se cambiaba desde el marco de la puerta y que ella volviera a reír por estar parado como un pasmarote mirándola. Me apetecía decirle que no recogiera nada, que la llevaba a su casa. Me apetecía ver su cara de preocupación sentada en mi coche mirando su casa y diciendo que tenía que entrar pero que no sabía cómo decirle a su madre nada, que no sabía hablar con ella. Me apetecía que inventara historias conmigo de dónde había pasado la noche. Me apetecía que me dijera de huir juntos hacia ninguna parte. Esa idea creo que sólo la hubiera compartido yo, pero para mí mismo, no tengo el valor de decirle nada. 
Pero bueno, ella se fue. Y se fue sin poder disfrutar ni de un último beso. También es cierto que nuestro último beso fue el más mágico de la historia de los besos. Ella se había ido sin despedirse, sin decir nada. Y no la culpo, bastantes problemas debe tener ya como para que aceptara quedarse en mi casa.
Me levanté despacio y comencé a abrir las cortinas, vi que ella había dejado la ventana abierta, como era natural de sus costumbres. Me lavé la cara en el baño y vi esa cara de roto que se me marcaba cuando me levantaba sin ella a mi vera. Aún, después de un año, vi que seguía teniéndola. Me acerqué a la cocina y para mi sorpresa había una nota con una de mis margaritas de plástico encima. "No ha podido comprar el clavel blanco que siempre me regalaba", pensé y sonreí. En la nota, que más que nota era un relato, estaba escrito exactamente lo que os acabo de leer. 
Por cada línea de texto por la que mis ojos se deslizaba, empeñaban cada vez más mi mirada. Y me duele reconocer que lloré. Pero lloré de alegría. Lloré porque ella me amaba como yo la amaba a ella. Dejé de sentirme un loco receloso por seguir siento cosas por ella, aunque hubiera pasado más de un año y todo el desastre hubiera sido mi culpa. Seguramente ella estaba más loca que yo. Pero las personas locas tienen un magnetismo que te obliga a no despegarte de ellas. Tienen un magnetismo hipnótico que enamora a cualquiera. Y si juntas dos locos... pasa lo que nos pasó. "Ay, Lucas", pensé recriminándome el dejarla marchar en su día. Me preparé un café para desayunar mientras miraba por la ventana. Esa ventana que estaba llena de emes de todos los tamaños y formas. Emes salidas directamente desde las yemas de los dedos de mi Sandy. Jamás las borraré. Esas emes significan todo. 
De golpe, mi móvil comenzó a sonar. Supe enseguida quién era, le puse una melodía especial a ese contacto. Le puse "Estrella de la muerte" de Iván Ferreiro porque me hacía gracia un comentario que hizo Sandy un día cuando ella llamó. Sandy cuando era mi Mía, mi Sandy, sólo mía. Así, indirectamente, todos los días la recordaba. 
Marla estaba al teléfono y yo no tenía ni ganas ni fuerzas de contestar. Así que dejé que la melodía sonara hasta su fin. "Mátame, mátame mucho..." y volví a sonreír mientras me secaba las últimas lágrimas. También para Sandy tenía una melodía especial, pero esa nunca sonaba. De hecho, he eliminado esa canción de todas mis memorias de almacenamiento para que el día que suene, suene porque tenga que sonar. Esa melodía me la reservo para otro recital, chicos, no os voy a quitar ya la magia. 
La verdad es que pensé en vestirme y recorrer el camino en dirección contraria por el que vi a Sandy. Quería intentar encontrarla, mirarla desde lejos, que ella encontrara mi figura escondiéndose en su miopía y poderle guiñar un ojo. Quería que no se olvidara de mí. Quería que ella siempre me tuviera en su recuerdo. 
Pero no era el momento. Si hubiera sido el momento, Sandy me hubiera hecho un gesto, me hubiera dicho que atacara ahora. Pero no. No lo hizo. Se fue sin hacer ruido. Se fue por el mutis. 
Y de golpe, me vino a la cabeza su afirmación, "sé que quieres escribir nuestra historia". Dejé la taza en el mostrador de la cocina y corrí a sentarme en el escritorio del salón, frente a mi portátil. Empecé a escribirlo todo como un diario. "A aproximadamente las doce y cuarto, pasó esto. A aproximadamente la una menos algo, lo otro. Casi a las dos, lo último. Su pedazo de relato. Y ahora lo último." Me salió sólo. Creo que lo acabé en menos de dos horas. Mis dedos se deslizaban por las teclas, era un chute de inspiración lo que Sandy había dejado en mí. "Ay, mi Sandy, mi noche mágica de fuegos de artificio, mi sueño." Y volví a llorar. Pero ya no era un llanto frío. Ya no llovía, ya no hacía frío. Sólo existía la humedad de la mañana. La humedad que predice un día magnífico, un día de sol, un día de Sandy. 
Sandy, aquí te espero. 
_______________________________________

Domingo, 31 de marzo. 10:45
Los aplausos inundaron la pequeña cafetería donde se produjo el recital de Lucas. Sandy, saliendo ya del local, le hizo un gesto con la cabeza de aprobación. De aprecio. De orgullo. De amor. Lucas le devolvió el gesto y siguió agradeciendo esas muestras de admiración por parte de su público. 
Bajó del escenario y se acercó a la barra. 
-Muy conmovedor, Lucas.- dijo Helena mientras le acariciaba el brazo. 
-¿Crees que le habrá gustado, Helena?- dijo Lucas mirando a la barra mientras seguía sonriendo.
-¿Ha venido, no? Pues ya tienes tu respuesta. Y ahora, de forma extraoficial, te digo que la he visto llorar. Y no como cualquiera de los ahí sentados que se han secado alguna lágrima, no. Ha llorado porque te echa de menos. Te sigue queriendo, Lucas. Pero yo jamás te he dicho nada.- Helena se alejó para atender a otro cliente y volvió.
-Helena, ya queda menos. Queda poco para que podamos volver a estar juntos.
-Lleva cuidado porque no sé qué demonios os pasa que cada vez que estáis cerca de tocar el cielo, todo se va a la mierda. Por favor, no os hagáis daño mutuamente de nuevo. No os queméis. 
-No te preocupes, estoy curado de espantos.- Helena hizo un gesto de suspicacia con la cara. -Ahora me tengo que ir que Marla viene hoy a la ciudad. Gracias por el bolo, Helena. Y gracias por hacer que ella viniera. Eres nuestro ángel.
-No os advierto más, haced lo que queráis. Luego os buscaré con una escoba y  un recogedor para barrer los pedazos que queden vuestros por el suelo. 
Lucas se abalanzó sobre la barra, le dio un beso en la mejilla y agarró su gabardina apoyada en el taburete. Salió del local, haciéndole un gesto de despedida con la mano y la cabeza a Helena desde el cristal y continuó caminando por la calle. 


Bajo la lluvia. (Parte IV)

Jueves, 21 de febrero. 04:20

"Me desperté sin motivo y miré a mi derecha. Él estaba ahí. Dormía como un bebé, como siempre lo hacía. Me desperecé sin moverme demasiado y me recosté en su pecho. Le observé mientras  con mis dedos jugueteaba con sus pelitos del pecho. En ese momento me sentí la persona más feliz del mundo. No había tenido sexo con él, pero aquel beso cuando dijo que me amaba, fue el beso más bonito de toda mi vida. Incluso más que cuando nos acostamos la primera vez. Eso sí fue magia, eso sí fue bonito. Lo añoraba. Lo añoraba tanto como añoraba la paz y la tranquilidad. La felicidad... Pero me daba miedo lo que podía salir de ahí. Ambos no estábamos en condiciones de intentar nada. Yo sé, aunque Lucas no me dijera nada, que él seguía con Marla. También me habían dicho sus ojos que él estaba bien, estaba tranquilo y sereno. Sus ojos me contaron cosas que él nunca me diría, como lo que influyó en su decisión de venir a estudiar su máster aquí. 
Quizás tampoco veía el momento de volver con él porque en casa me esperaba un novio con el que hacía cinco meses que no hablaba. Y no es porque no nos viéramos, no. Dormíamos juntos cada noche. Piel con piel. Incluso había noches en las que me apetecía sentirlo dentro de mí. Sé que le quiero. No de la forma que quiero a mi Sandy, pero, como él ha dicho, no hay una palabra, una comparación, para lo que siento por él. Y eso me quema. 
Me acerqué a su boca y lo volví a besar. Sé que él me sonrío aunque no lo viera bien por culpa de la oscuridad. Él siempre sonreía cuando dormía. Siempre. Todo él representa al amor, yo creo. Nunca he encontrado a nadie la mitad de amor que él. 
Lo abracé con fuerza mientras dormía y se giró involuntariamente hacia el lado contrario. Era su forma de avisarme que quería que hiciéramos la cuchara. Pero yo no podía abusar de su hospitalidad. Me levanté y busqué mi ropa. Vi que seguía húmeda y me puse a escribirle una nota que terminó siendo un relato. 
Aquí tienes una parte de la historia del libro que sé que quieres escribir. Te lo regalo. (Quita esta parte para que te sirva y yo sigo escribiendo.) 
Estaba sentada en la cocina, en el taburete que tenía para la barra. Curioso que en casa de una persona haya dos taburetes. Quizás, al igual que esa casa, su vida no estaba hecha para uno solo. (Cielo, cuánto me gustaría que aprendieras a valorarte y que comprendieras que vales más que cualquiera.) 
Que yo lo quisiera no es un misterio para nadie. Pero que nos hubiésemos encontrado en esta ciudad, lejos de su tierra y de la mía, lejos del lugar donde nos conocimos, se podría decir que no es casualidad. Pero entonces, ¿qué es? ¿el destino? Bueno, tampoco yo he sido muy materialista siempre, quizás exista de verdad algo que controla la vida. 
Busqué de nuevo mi ropa y empecé a vestirme para poder seguir relatándolo. Me daba miedo que se despertara, así que evité hacer ruido. Como regalo, cogí el jersey que me dejó para dormir y me lo llevé conmigo. 
Ahora sí que escribo en presente porque esto va para ti y no para tu historia:
Cielo, no olvides nunca que para mí lo eres todo. Al igual que tú me has tendido tu mano, yo voy a tenderte la mía cuando lo necesites. Sólo tienes que llamar. Llama y llora, si hace falta. Búscame, que siempre estaré para ti. Eres el jodido amor de mi vida, ese que nunca olvidaré y nunca podré comparar. 
Sandy, no olvides el significado de Sandy, mi noche. Eres todo lo que podría desear y no sé cómo encajarte en mi vida por más que ella me demuestre que eres la pieza de puzzle que me falta. Te amé, te amo y te amaré.

Sandy."

Bajo la lluvia. (Parte III)

Jueves, 21 de febrero. 01:45


Mía ya no lloraba. Mía me miraba y sonreía desde el otro extremo del sofá mientras se tomaba el chocolate. "Eh, ¿esas risas a qué vienen?" dije imitando un tono de voz de persona seria. "Me río de que esto tiene que ser una broma. No es posible" dijo ella mientras se acercaba la taza a la boca. "¿Me ves cara de payaso?" dije en el mismo tono. "Llevo un pint... no, no lo llevo. No llevo el bolso." Y miró fijamente al chocolate. Si lo sé no digo nada porque otra vez el gesto de Mía volvía a ser de preocupación. "Mía, ¿de verdad que no quieres contarme nada?" le dije mientras me acercaba a ella. "Mi madre." dijo sin levantar la vista. "Mi madre ha vuelto. Ha venido sin avisar porque dice que está preocupada. ¡Que está preocupada!" dejó la taza en la mesita y se acercó a mirar por la ventana. "Yo sé que no he sido la mejor hija del mundo, pero tampoco para que venga haciendo lo que ha hecho. "Mía, estás en los huesos.", "Mía, no tienes buena cara.", "Mía, ¿aquí es donde vives?", "Mía, ¿por qué nunca contestas el teléfono?" y un sinfín de gilipolleces. En serio, Lucas, estoy bien, he pasado una mala época pero me estoy reponiendo. Joder, estoy en una ciudad nueva. Se supone que estoy con alguien que me quiere y al que quiero. Se supone claro." Yo me había levantado y estaba justo a su lado mirando también donde ella miraba. "Quizás tu madre tenga razón.". "Me ha dicho que se va a quedar unos días y que volverá en un par de meses. Que si no tengo mejor aspecto, me he cambiado de piso y he solucionado los problemas con Alejandro, me lleva de vuelta a casa. Que no va a permitirme que destroce mi vida como lo estoy haciendo. Yo me he asustado, no sé por qué, le he gritado y le he dicho que ella no es nadie para controlar mi vida, que no se crea mi salvadora, que no crea que ella puede arreglar nada, que ella sólo es la mujer que me dio la vida. Y me he ido enfadada. Ahora tengo miedo de volver porque tengo miedo de reconocer que tiene razón. Tengo miedo de asumir que estoy destrozando mi vida, que he perdido el control." Ella hablaba mientras dibujaba emes en el cristal empañado. Alargué mi brazo y la rodeé. "Mía, de vez en cuando no está mal dejarse ayudar. Muchas cosas se pueden arreglar si las miras desde otra perspectiva. Te lo digo desde mi experiencia. Te aseguro que ella no quiere causar el caos en tu vida. Ella quiere lo mejor para ti. Igual que lo quiero yo, por ejemplo. ¿Quieres que te ayude yo, Mía, que estoy en tu misma ciudad?". Ella se giró y apoyó su cabeza en mi pecho. Agarró con fuerza mi sudadera y me dijo bajito y con calma: "No puedo dejarte entrar en mi vida, Lucas. Eres demasiado importante como para consumirte a ti también." "Soy consciente que parte de este caos interno que tienes, te lo he causado yo. Soy consciente que probablemente, los problemas que tienes con tu chico tengan un fondo del que yo soy responsable. Soy consciente de que juntos somos una cerilla y un bidón de gasolina que puede explotar en cualquier momento. Soy consciente de tantas cosas, Mía, y no me importan una mierda si son para tu bien." Mía se apartó y me miró fijamente con esos ojitos de sapo que se te clavaban como una estaca. Respiró y me dijo: "no tienes ni idea de cómo soy ahora. Podría dolerte toda la vida. El peso de un corazón roto es más ligero y más pesado, a la vez. Es más ligero porque te faltan cachos. Es más pesado porque no sólo pesa en el pecho, también pesa en el alma, en la mente. Te pesa en todos lados." Eso fue mi detonante. Le cogí la cara, puse mi cara a, aproximadamente, medio nanómetro, y le dije: "lo que tú no entiendes es que sería capaz de recorrerme hasta el último rincón del infierno hasta encontrarte y llevarte a la nube más bonita del cielo. Aunque mi eternidad la perdiera con ello." 
Mía comenzó a llorar. El cielo comenzó a llorar. Bruce comenzó a llorar. Yo comencé a llorar, Y estoy seguro de que la madre de Mía no había parado de llorar. 
Mía me volvió a abrazar con tanta fuerza que no me dejaba respirar. Mía se dio la vuelta, me cogió las manos e hizo que mis brazos la rodearan por la barriga. Se puso de puntillas y me susurró: "dime que me sigues queriendo como el primer día. Dime que no eres capaz de olvidarme. Que me amas incluso más que has amado a nadie, y que aunque duela reconocerlo, soy el amor de tu vida. Dime lo mismo que estoy sintiendo yo." "No quiero mentirte", le dije, "No te puedo decir que te amo incluso más que he amado a nadie porque no existe una comparación, una palabra, que exprese lo que yo te amo." Mía se separó de mí. Me miró con los ojos de un depredador y me besó mientras me sujetaba la cabeza como si no quisiera dejarme escapar nunca. Creo que en ese momento, el tiempo se paró para nosotros. Ese beso nunca pertenecería al tiempo. El tiempo no era digno de ello. 

Bajo la lluvia. (Parte II)

Jueves, 21 de febrero. 00:59

Mía estaba en el baño mientras yo le preparaba un chocolate caliente tal y como mi abuela me lo hacía a mí. Era el mejor chocolate caliente del mundo. Le había sacado ya unos jerseys y unos pantalones de pijama de los míos. "No creo que vaya a irse ahora, se quedará a dormir." pensé. Aún así, conozco a Mía desde hace mucho, sabía que no se conformaría con ponerse la ropa que le había dejado, sino que buscaría entre mis cosas hasta encontrar la combinación perfecta que encajara con ella. 
"Lucas, ¿dónde dejo la ropa mojada?" salió con una toalla alrededor de su cuerpo y con otra chiquitita secándose el pelo. Os juro que en ese momento quise hacerle veinte hijos a la vez. 
"Te he dejado ropa encima de mi cama para que te pongas lo que quieras. Dame a mí la tuya y la tiendo. Te estoy haciendo chocolate caliente."
"Lucas, sólo me has sacado pijamas." dijo riendo. Ya no llevaba toalla y yo, torpe de mí, tiré el cucharón del chocolate sobre mi pie. Sí, quemaba. Mía comenzó a reír más fuerte mientras decía que si me asustaba verla desnuda después de tantos años. O que si directamente le asustaba ver a una mujer desnuda. Mía podía reírse todo lo que quisiera, pero aún sonaba quebrada. 
"¿Te vas a ir a tu casa a estas horas?¿No quieres que hablemos?" Mía me miró con cara de pasmo. No se esperaba, no entiendo por qué, que yo quisiera escuchar lo que le pasaba. 
"Lucas...prefiero que sigamos sin saber nada el uno del otro. No es por ti, ni siquiera es por mí."
La acompañé hasta mi habitación y comencé a sacarle ropa para que pudiera ponerse algo e irse. Ella me abrazó por la espalda como un niño abraza a su peluche favorito. Me giré sobre mí y la abracé como si no quisiera que se fuera nunca. Su cabeza me llegaba al pecho y estoy seguro que pudo oír cómo mi corazón se aceleraba. Ahora entiendo lo que sentí, pero en ese momento, sólo quería que se fuera para siempre o que no se fuera nunca. La echaba de menos, sí. Realmente la echaba de menos. Al final va a ser verdad que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y vaya lo que perdí. 
"Mía, quédate. Sólo hoy. Por favor." susurré. "Lucas..." no le di tiempo a que continuara hablando y la besé. La besé como nunca antes lo había hecho. La besé mientras la subía en peso y sus piernas se enrollaban en mi espalda. La besé como si aún fuésemos esos amantes de hace ya varios años. Esos amantes que se amaban por encima de todo. Esos amantes que lo hubieran dado todo. Y ella volvía a llorar. Pero no dejaba de besarme. Lloraba y me besaba. Y llovía. Y hacía frío. Era un beso de llanto. Un llanto de beso. Con una lluvia fría. Con un frío húmedo de lluvia. 
Y apoyé a Mía sobre el escritorio sin dejar de besarla, pero ella me frenó. "No, no, no puedo, Lucas." me dijo mientras se cubría la frente y me separaba. 
"¿Estás con alguien?" pregunté en un tono que no me gustó. No era el tono en el que yo estaba pensando. Sonó como enfadado.
"Algo parecido. No quiero hablar de eso. ¿Puedo pasar contigo la noche? Si quieres me voy" La ayudé a bajarse del escritorio y la volví a abrazar. Ambos necesitábamos ese abrazo más que nada. 
"Mía, quédate todo lo que quieras, aquí siempre tendrás un hueco. Voy a sacar el chocolate."
Mientras me alejaba en dirección a la cocina, oí a mi Sandy susurrar algo que quizás ella no quiso que yo escuchara: "tú siempre serás el amor de mi vida."

Bajo la lluvia (Parte I)

Jueves, 21 de febrero. 00:17

Recuerdo perfectamente la última vez que la vi.
Aún hacía frío. Y llovía. Llovía como si no hubiera mañana. Y hacía frío. Lluvia fría. Frío húmedo de lluvia. Y ella lloraba. Quizás era la lluvia la que le mojaba la cara y simulaba las lágrimas. Quizás no. Quizás sus lágrimas componían la lluvia. Quizás el cielo estaba triste porque los ojos de Sandy estaban cubiertos de un rojo carmín que potenciaba el azul de sus iris. Quizás simplemente era una coincidencia. 
Yo estaba en casa escribiendo mi trabajo de máster cuando vi su chubasquero amarillo pasar por enfrente de mi ventana. Pensé que no era posible, estábamos viviendo en ciudades distintas. O eso creía. 
Ella pasó a un ritmo lento, cómo si no le importara que la lluvia se le metiera dentro de los huesos. De hecho, creo que su alma estaba más llena de lo que la lluvia podría calarla. 
Me levanté de un salto y bajé hasta la puerta de entrada del edificio. No sabía qué hacer. "¿La sigo?" pensé. Pero me sentía demasiado cobarde. Quién era yo para preguntarle por su vida cuando me dediqué a reventarla cuando estuve a su vera. Aún así, no podía dejar que se escapara. (En ese momento no sabía aún que Sandy lloraba).
Metí las manos en mi abrigo y descubrí un paquete de Lucky casi vacío. Era una señal. Yo empecé a fumar con ella. Y empecé con Lucky, como Donald Draper. Así que salí corriendo bajo la lluvia y me puse detrás de ella. Caminé unos setenta pasos cuando le dije "perdona, Amarilla, ¿tienes fuego?". Ella respondió con un "Pink Tomate no existe" y salió corriendo. No entendía nada así que supuse que era otro juego de ella y corrí hasta alcanzarla. 
"Mía, Mía, frena." dije mientras la sujetaba de un brazo. En ese momento se giró hacia mí del impulso y comprobé su rostro quebrado. Mi corazón se paró y casi rompo a llorar. Algo que nunca podré superar es la forma de partírseme el alma cuando ella suelta la primera lágrima. Es como si sintiera que lo más importante de mi vida desaparece. La abracé fuertemente contra mi pecho y le dije que no la iba a soltar hasta que dejara de llorar. Ella me abrazó también para mi asombro y comenzó a llorar cada vez más fuerte. Una de las veces pensé que se ahogaba. 
"Mía, vente a casa, nos vamos a resfriar." Pero Mía no contestó. 
Como quince minutos después, Mía se despegó de mi pecho. Sin mirarme me dijo que hacía cinco meses que nadie la abrazaba.  Y subió su mirada buscando la mía. Al ver mi cara retrocedió dos pasos del asombro. Mía se asustó. "¿Lucas?" dijo casi sin poder hablar. "¿Quién si no?", respondí. "No es posible. Tú estabas..." "Shhhh", la interrumpí. "¿Cómo iba a saber lo de Amarilla o tu nombre?" Mía no sabía qué decir y, como cuando no se sabe qué decir, rompió a llorar. "No, no, no, Mía, no llores, cielo. Sandy, cariño." Pero mi Mía, valga la redundancia, cayó de golpe al suelo y se cubrió la cara con las manos. "Que no, Mía. Que pares de llorar. Y nos vamos de aquí, te vas a poner mala." La ayudé a ponerse en pie, pero era incapaz de caminar hacia mi casa, se negaba a ir en esa dirección así que le dije que había cosas que ella no podía decidir y la tomé en peso. Ahí fue cuando por fin dejó de llorar y comenzó a reír. Creo que hasta el cielo sonrió con ella, porque cada vez aflojaba más la lluvia. 
Entramos al portal de casa y la bajé "¿Me vas a hacer subirte en brazos hasta mi piso?". Gracias a la luz del portal pude ver cómo sus ojitos garzos teñidos de rojo cada vez brillaban menos (a causa de la ausencia de lágrimas, no piensen mal) y se comenzaban a hinchar cual sapo. Ella siempre decía que tenía cara de sapo cuando se le hinchaban. Creo que es el sapo más precioso que puede existir, pero eso ya es mi opinión. 
"¿Quién eres?" dijo mientras se secaba las lágrimas en su jersey veinte tallas más grande. "Soy Lucas, Mía" sonreí. "Ya sé que eres Lucas, idiota. Digo que qué eres. ¿Por qué apareces siempre cuando más lo necesito? ¿Eres una especie de Ángel de la Guarda?" La verdad es que ese comentario me marcó bastante. Lo dijo sonriendo como ella hacía. Sí, de esa forma que tenía de llegarte al alma, de enamorarte. Lo dijo de tal forma que creo que ha sido uno de los momentos más bonitos de mi vida. "Cuando era niño creía que Dios me había mandado a la Tierra con alguna misión importante. Quizás me mandó para protegerte, no sé. Pero hace años que dejé de creer en él." Mía me miró y soltó una carcajada. Se tapó la boca y me miró con la cara que pone un niño cuando se ríe de algo de lo que no se puede reír y mira con complicidad a uno de sus progenitores. "¿El primero?" "Primero A" dije mientras la miraba subir los primeros escalones. "¿Te vas a quedar ahí parado o subes conmigo?" "Mía, te he echado de menos". "Pero no te enamores" "Qué idiota eres" y reí.

Lo infinito de la esfera.

Sábado, 23 de junio. 9:56

-¿Sabes lo que me gusta del verano, Helena? Que el agua del mar limpia las heridas, las olas traen nuevos recuerdos y las mareas se llevan el dolor. Creo que lo estoy comprendiendo todo, creo que esto me ha pasado porque tengo algo que aprender. Lucas no quiere nada de mí, ¿no? Dice que vuelvo a entrar en un momento complicado de su vida. Y yo me pregunto, ¿existe algún momento tan complicado en mi vida como para no hacerle un hueco a él? No, claro que no. Yo lo hubiera dado todo por él en el momento en que me lo pidiera. Nuestra relación es una huella en la orilla. Me he centrado demasiado en preservarla, en conseguir que las olas no se la llevaran. Pero hay que dejar que el mar haga su función y hay que seguir explorando la playa. Quizás ha sido la huella más bonita, la más perfecta, marcada y profunda, pero eso no puede hacer que no siga adelante. Si te centras demasiado en cuidarla, te vas a perder el resto y, tal vez, encuentres otra más bonita, más perfecta, marcada y profunda. Tengo que dejar que las imperfecciones de la costa marquen mi ritmo y ya vendrá la huella por la que no me importe luchar, la que dure para siempre. He visto cómo la nuestra se fue borrando y cómo me quedé sin fuerzas para controlarla. Aún así, sé que no puedo olvidar todo lo que hice por ella y lo perfecto de su silueta, pero ya está, eso tiene que ser, un recuerdo bonito.
-Mía, eso es muy bonito. ¿Has pensado en decírselo?
-Claro, se lo acabo de enviar. Desde mi postura siempre vamos a estar en igualdad de condiciones: quiero que sepa lo que yo opino de ese "nosotros" que ya no existe. Por eso le envié el mensaje anterior. No sé si hice bien, no sé si hice mal. Pero eso no importa, lo importante es que lo hice. Y lo hice porque era lo que yo creía conveniente. Para mí, yo soy la más importante de esta relación, aunque suene feo o egoísta, es la pura verdad. Si tuviera que estar pendiente todo el tiempo de lo que hago para que él lo interpretara de la forma que tiene que hacerlo, me puedo morir. Yo no voy a cambiar por nadie, me puedo amoldar, pero yo soy lo que soy. Soy como soy, digo las cosas como las siento y nunca miento. Y lo mejor de todo, me da igual cómo eso pueda interpretarse, si alguien tiene dudas, yo se lo explico. No guardo secretos y no me importa expresar todo lo que tengo dentro. Estoy aprendiendo a ser de acero.
-Lleva cuidado, Mía, el acero es frío...
-Pero el acero no tiene corazón. Yo no estoy diciendo que deje de sentir, ni mucho menos. Ni siquiera voy a ponerme ninguna coraza. Estoy aprendiendo a ser fuerte, a caer y levantarme sola. Si me hago una herida, yo me la curo. Si me falta la respiración, yo me busco mi oxígeno. Nunca dejaré de amar, porque el amor es la base del hombre. Las personas están hechas para amarlas y los objetos para usarlos. En pleno siglo veintiuno, esos dos valores se han invertido, pero yo sé dónde tengo mis pies. Sé dónde está mi horizonte y sé que si no fuera por la gravedad, volaría. Soy la que vuela, Helena, y eso pocas personas pueden decirlo.
-¿Y yo vuelo, jajaja?
-Eso yo no puedo decirlo. Eso tienes que mirar dentro de ti y encontrarlo. ¿Quieres alas? Búscalas. 
-Alguna vez me gustaría sentirme tan fuerte como tú, Mía. No puedo ser de cristal toda mi vida.
-Yo sólo he aprendido dándome hostias. Nunca he desperdiciado una ocasión para comerme el suelo si eso me hacía despegarme dos nanometros del suelo. 
-Tengo miedo a perder. Tengo miedo, podría abreviar.
-La partida está ya perdida, Helena. Vas a terminar muriendo, has perdido. Empieza a tomarte la vida menos en serio y podrás volar, jajajaja. Bueno, bonica, me voy ya que al final voy a salir muy tarde y aún me quedan dos horas de camino hasta la playa.
-¡No te vayas, Mía! ¿Qué voy a hacer yo sola? Jajajajaja.
-Va, sobrevivirás, sólo es una semana. Dame un beso boba. 

Mía salió de la residencia y llegó hasta su coche. Guardó las maletas y se sentó mirando el volante. Quizás no se sentía como debería sentirse, pero era lo que su cuerpo decidió para aquel momento. Y sobre el cuerpo de uno, nadie tiene la capacidad de cambiar nada. Era momento de dejar que las olas se llevaran sus huellas y comenzar a caminar por el infinito de la esfera. 

Romperle el corazón no fue la mejor opción.

Martes, 21 de mayo. 22:06

Después de más de una hora y media de anestesia emocional, Sandy entró en su casa y se dejó caer sobre el sofá. Una horrible pena la inundaba de lágrimas procedentes de lo más hondo de su querer. Esa pena iba acompañada de unos temblores impropios de su cuerpo. No podía evitar llorar, al igual que no pudo sostener el bolso en su mano, las fuerzas le fallaban, y cayó al suelo provocando que la pantalla de su móvil iluminara el techo de la sala.

Miró el reloj y vio que se había dormido durante una hora, pero unos golpes violentos en su puerta, la despertaron.
-¡Mía! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre la puerta!- Reconoció perfectamente la voz, podrían pasar siglos y siglos, que siempre distinguiría la voz de Lucas entre un millón de voces.

Abrió la puerta mientras se cubría los hombros con una mata fina y terminaba de secarse las lágrimas de su rostro.
-¿A qué vienen esos gritos?
-¿Qué quieres de mí?- El joven no paraba de gritar.
-¿Cómo? Mira Lucas, pasa dentro de casa, no quiero que mis vecinos te escuchen gritar. Y tranquilízate.
-Está bien, puedo pasar y hablar contigo como personas adultas y civilizadas, claro. Ah, no, espera, las personas adultas saben reconocer a alguien cuando lo dan todo por ellos y no los abandonan como a un puto perro cuando creen amarles demasiado. Pero vaya, resulta que aquí no se da ese caso.
-Lucas, por favor, si no dejas el tono sarcástico y los gritos, te vas a ir de mi casa. Me estás desquiciando.
-Uy, perdone, la princesita tiene jaquecas.
-¡Lucas! ¡Me estás haciendo daño! ¡Para!
-No eres la más indicada para hablar de dolor, Ahora dime, ¿por qué has vuelto?- Lucas había variado el tono de su voz. Ya no gritaba, era una mezcla entre indiferencia y despecho.
-Sentí la necesidad de hacerlo.-Mía miró al suelo con gesto de culpabilidad.
-No me vale, Mía.
-Sandy- interrumpió de golpe la chica.
-Ahora mismo no tengo nada por lo que llamarte Sandy.
-Está bien, de acuerdo, yo he hecho un viaje de más de una hora y media para hablar contigo y me he vuelto a casa sin decir nada. Pero tú has hecho lo mismo viniendo hasta aquí. Podría reprocharte y gritarte que por qué has hecho eso, ¿no? ¿Acaso yo te importo algo, yo que sólo causo dolor a mi paso? De hecho, has incumplido todo lo que plasmaste en la cara, no podría creer nada de lo que me digas ahora.- Sandy se dio la vuelta y sacó de su bolso un cigarro. Pero Lucas no se movió del sitio y dijo con toda la rabia del mundo lenta y claramente:

-¿Quieres provocar que yo no rehaga mi vida?¿Quieres provocar que viva pegado al teléfono, al correo, o fijándome detenidamente en cada uno de los coches que se acercan a cada lugar en el que me encuentro? No lo entiendes, Mía, siempre haces lo mismo. 
-Siempre hago, ¿qué?
-Aparecer en el peor momento. Aparecer, volver mi mundo del revés y dejarme loco para volver a irte.
-No tienes motivos para decirme eso, no fui yo la primera que dio por perdida esta batalla, la primera que decidió abandonar en el momento más crítico. No fui yo la primera en desaparecer del lado del otro. No, Lucas, fuiste tú. Si ahora he vuelto es porque todo este tiempo que hemos estado alejados, he vivido anestesiada, de una forma asexual. Sólo me he centrado en mis estudios, todo este puto tiempo, centrada en mi carrera para no pensar en ti. Pero resulta que para un puto día que decido salir con amigas, para un puto día que pienso que es el momento de conocer a gente nueva que pueda curarme las heridas que me crea la distancia, el no tenerte, para un puto día que decido salir por esta ciudad del demonio, cuando por fin me hago a la idea de que he abandonado al amor de mi vida, resulta que en el reproductor de mi coche aparece un disco de no sé cuándo poniéndome una puta canción de Bruce. Una canción que me escupía en la cara lo cruel y dura que había sido dejándote tirado. Me escupía que tú no merecías algo como yo, merecías algo bueno, algo de verdad, algo mejor que yo. Pero me escupía aun más que no tenía que abandonar tan pronto la batalla, que no era tarde, que nunca sería tarde para intentarlo contigo, porque tú eres el que vuela. Y de golpe, recordé la carta que me escribiste el mismo día que decidí desprenderte de mi lado. Una carta en la que jurabas y perjurabas que me esperarías aunque fuese el motivo último de tu vida. Una carta que parece que has olvidado y, sobre todo, incumplido. Sí, era egoísta por mi parte pensar que me esperarías pasara lo que pasara, pero yo siempre he creído en ti y en tus palabras y volví. Volví para decirte que no me esperaras ni un segundo más porque esta vez volvía para quedarme, para hacerte el verdadero hueco que siempre has merecido en mi vida, para intentar colarme en la tuya y para intentar envejecer y morir a tu lado.

Lucas contestó de una forma pausada y sobria, que hizo erizarse a la chica:
-Te he estado esperando cada milésima de tiempo desde que te largaste sin decir nada, sin dejar una dirección, sin dar un bueno motivo o sin pensar qué sentiría yo al despertarme y ver que habías vuelto a desaparecer. Te he estado esperando solo, angustiado y enamorado cada minuto de tu ausencia. Y resulta que unos pocos meses antes de que la princesita traumatizada decidiera volver, una chica normal, nada especial, que a Sandy nunca le hubiera hecho ni un cachito de sombra, dio su aliento por intentar secarme las lágrimas de mi rostro. Dio su piel por curar las heridas que "la mujer de mi vida" me había provocado. Dio trocitos de su propio corazón para enmendar el mío. Se preocupó por cada mínimo detalle, de que a mí no me faltara nada, de llenar de provisiones mi vida mientras mi amada Sandy, mi amada "salvadora" me robaba las ganas de vivir. Yo sólo era capaz de levantarme de la cama y afrontar un nuevo día con la esperanza de ver a mi novia regresar y que esta vez fuera para siempre. Pero Ana me dio otro motivo para vivir: yo mismo. Sí, eso que siempre defendiste a muerte, eso mismo me lo ha enseñado ella. Nunca podré conseguir que cada respiración tuya no provoque un nuevo motivo para mi propia respiración. Nunca dejaré que nadie ocupe tu lugar, Mía, en mi mundo eres irremplazable. Pero, y óyeme bien, nunca te atrevas a echarme en cara que no te esperé. Nunca te atrevas a echarme en cara que incumplí la promesa de mi carta. Nunca. 
-Si la quieres tanto y lo ha dado todo por curar las heridas que yo te he hecho y que, según tú, son imposibles de curar, ¿por qué estás a más de una hora y media de tu casa en vez de abrazarla en la cama y tranquilizarla porque ese puto fantasma del pasado que ha aparecido en el parking nunca más volverá a molestaros y mucho menos la eclipsará a ella? 
-Porque eso sería mentirle. Quizás no sea el momento de abandonarlo todo por ti, Mía. Quizás ahora no te toca ser la protagonista de más vidas que la tuya propia. Has aparecido en un tiempo de cambios, complicado. Estoy buscando trabajo y he encontrado a alguien que me quiere y que se deja querer. He encontrado a alguien con quien las cosas cada día van mejor. Ha llegado el momento en el que cada noche me acuesto con la tranquilidad de que no aprovechará mi sueño para desaparecer. Ha llegado el momento en el que cada mañana no me levanto con el miedo a que ya no esté. Lo siento, Mía, pero esta es la verdad. No sé qué esperabas de tu visita, pero no voy a mentirte. Quizás en dos, tres, cuarenta años sea nuestro momento, pero desde luego hoy no lo es. Me voy, te deseo lo mejor en el mundo, nunca lo dudes.

Mía sintió como su corazón reventaba en miles de cristales que la asfixiaban, que la dejaban sin respiración.
-Lucas.-Mía hizo un gesto antes de que el chico abriera la puerta.
El joven tragó saliva e hizo un gesto con la cabeza para que la chica hablara.
-Te quiero.

Lucas cerró la puerta y comenzó a bajar las escaleras mientras su corazón comenzaba a desconcharse como una pared con humedades. Lucas sentía admiración por lo que acababa de hacer y reproche por dejar pasar este momento. Pero era su instinto, al que por fin dejó que le guiara, el que le dictó que hiciera lo correcto. 
Llegó al coche y rompió a llorar como nunca antes lo había hecho. Ella, su Sandy, había vuelto a por él y no había sabido reaccionar como ella le pedía. Había pocas cosas que Sandy le pidiera, pero para una que hizo, él la rechazó. Se sentía la peor persona del mundo sabiendo que su querida Mía, su Sandy del alma, estaría rota como un espejo que cae desde lo alto de un rascacielos. Arrancó el coche y volvió a su monótona vida de falsos "te quieros".

La negociación de la huida.

Miércoles, 13 de enero. 01:24
-Shhh, no hagas ruido.- Dijo la joven con una sonrisa enorme.
-¿No debería estar aquí, verdad?- Lucas miraba al suelo con gesto de arrepentimiento.
-¿Y a quién le importa lo que deberías o no hacer? Yo quiero que estés conmigo, aquí. Y el verbo "querer" debería ser más fuerte que el verbo "deber". Bueno, debería no, que suena feo, tendría.
-¿Tú haces siempre lo que quieres?
-Siempre lo intento. Vamos a ver, Lucas, ¿sabes de alguien que vaya a durar contigo toda la vida, pase lo que pase?
-Me gustaría pensar que alguien habrá.
-Lucas, la hay. La persona que estará a tu vera pase lo que pase, eres tú. Tú siempre estarás ahí cuando caigas, siempre estarás ahí cuando triunfes. Sabes que no estás ahí por interés o compromiso, simplemente estás. Pocas personas van a estar ahí tanto como lo estás tú. Pocas, ninguna. En serio, quiérete, te lo mereces. 
-Pero Sandy, es muy fácil decirlo. No puedo quererme. Me miro en el espejo y me doy asco. El único momento en el que siento algo de afecto hacia mí mismo es en aquel momento en el que me dices que a ti te importo. Con nadie más me pasa. Es como si estuviera anestesiado, como si todas las demás personas de mi vida hubieran desaparecido. 
-Esto no es bueno, cielo.
-¿Desde cuándo nos importa que algo sea bueno o malo?
-Lucas. Mírate. No has entendido nada. Nos estamos haciendo adictos. 
-Sandy, ¿crees que no lo sé? Eres la peor droga que podría tomar. Me hago adicto a ti, no puedo separarme, no puedo hacer nada si no te noto cerca. Miro tu pulsera las veinticuatro horas del día. Duermo abrazado a ella. Eres mi perdición. Mi veneno y mi antídoto. Eres todo lo que siempre he soñado. Eres perfecta.
-Lucas, para. -La joven había roto a llorar. -No me puedes decir todo eso y quedarte tan tranquilo. No puedes decirme que soy la que te consume, la que te mata poco a poco. Que soy tu droga. ¿Qué pasará el día que algo superior a nosotros nos rompa y nos distancie?
-Nada podrá con este amor, Sandy. Nada.
-El miedo, las dudas, la desconfianza... todo eso puede matar el amor. Lucas, mi Sandy, ¿recuerdas el valor de llamarnos así? ¿recuerdas lo que significaba ser Sandy para el otro?
-Quizás deberíamos dejar que todo siguiera siendo un sueño perfecto.
-Podríamos intentar no despertar nunca.
-No puedes controlarlo, Mía. Y si creemos que siempre estaremos soñando, el día que termine, el golpe contra el suelo hará que nos perdamos a nosotros mismos.
-Sandy... Sandy es fuerte, Lucas. Nosotros también. Acabas de decirlo, "nada podrá romperlo". Vamos a intentarlo hasta que se nos caiga la piel. Vamos a intentarlo hasta que el amor nos consuma como una llama. Vamos, vamos, vamos, Lucas. 
-¿Confías en mí?
-Claro.
-Dame tu mano, tengo miedo del futuro. Cuídame siempre, amor. Cuídame como si después de esta noche no saliera el sol. Cuídame como tu teoría dice que tienes que cuidarte a ti misma. Seamos uno.
-Lucas, te quiero.

Ese "te quiero" quería decir "adiós". Ambos conocían el momento en el que esas dos palabras se decía. Y ambos sabían que había llegado el momento. El momento de volver a huir. 

No todo está perdido.

Jueves, 14 de enero. 11:00.
Después de dormir durante tres horas sin que nada perturbara su sueño, Sandy abrió los ojos con dificultad. Los tenía tan hinchados y tan rojos que le era imposible ver con nitidez. 
Se puso las gafas y cogió el móvil, era hora de poner su vida en orden. Nunca nadie había conseguido cambiar el curso natural de su vida y estaba dispuesta a que eso siguiera así. 
En el móvil había cinco llamadas perdidas de su compañero de clase y otras tantas de Helena. 
Comenzaría por el principio, como le dijo el Sombrerero Loco a Alicia, y cuando acabara, terminaría. 
-¡Mía!- una voz joven y femenina se mostró sorprendida ante la llamada.
-Helena, hay muchas cosas que tengo que decirte. Pero hoy no me apetece hablar y menos por teléfono. Vente el viernes y pasas aquí el fin de semana. Prometo helado de chocolate y mucha mierda para comer.
-Claro, Mía, el viernes después de comer subo. Mejórate cielo. 
-Por supuesto, sobreviviré, como siempre.
-Eso espero.
Ahora tocaba lo peor, hablar con Guillermo. Guille era un chico rubio de su clase de Latín de primero, pero no tenía confianza suficiente como para contarle lo que había pasado. Tan sólo tendría que decirle de quedar al día siguiente para terminar el trabajo. 
Cuando se decidió a llamar al joven, el sonido del móvil sonaba desde detrás de la puerta de su habitación. Sandy corrió a abrir la puerta y encontró a Guillermo levantándose del suelo.
-¡Pero Guillermo!
-Me habías dejado preocupado y he venido a ver qué pasaba. Te lo he dicho en un mensaje, no me iría hasta que no me abrieras la puerta y me contaras que coño te pasaba.
-Joder, Guille, lo siento mucho, me he quedado dormida.
-¿Pero estás bien, tonta?- Guille abrazó con mucha fuerza a Mía. En sus brazos, Mía no pudo evitar romper a llorar. Guille la cogió en peso y cerró la puerta. La postró en el suelo y le dijo:
-¿Sabes que puedes contarme cualquier cosa, no? El trabajo de Latín casi que lo he terminado, ese era el motivo de mi llamada. Va, cuéntame Mía, nunca te he visto así.
-Yo soy de piedra. Esto nunca debió pasar. Yo no lloro, no soy débil.
-Mía, céntrate.
-¿Sabes lo que es que te den la cosa más preciosa del mundo, lo que has buscado toda tu vida, que se adapta perfectamente a ti y crees que lo han hecho a tu medida y no te dejen disfrutarlo? ¿Sabes lo que es que te lo muestren en una vitrina y te digan "eso es para ti, voy a por la llave" y regresen con otra persona para dárselo? ¿Sabes lo que es ver cómo se lo dan y que te digan a ti que no eres exactamente la persona adecuada para dicho tesoro? Pues eso me ha pasado. Me han quitado el amor de mi vida, me han desgraciado la existencia. Si Dios existe, es un pedazo de hijo de mil putas. -Mía volvió a romper a llorar pero esta vez se dio la vuelta para que no la pudiera ver.
-Mía, no exageres. Eres joven, puedes encontrar a mil hombres mejores que él. De verdad, vales más que cualquier tesoro.
-No tienes ni puta idea. Esa frase parece de libro: "Cuando tu amigo esté dolido por un amor dile que más pierde el otro por dejarte ir". Guille, no quiero que me digas lo que piensas, perdón, pero me da lo mismo. Lo que yo siento dentro del pecho no lo controla nadie y nadie es capaz de entenderlo. 
-Lo siento, Mía, intentaba ayudar. 
-Pues escúchame y no hables.
Guillermo se levantó de la cama y agarró a Mía de los brazos. 
-Mírame y no te escondas para llorar. Eres persona, no eres un pedazo de hielo.
-Guillermo, no quiero que creas que soy débil.
-Creo que eres perfecta. Hasta tus defectos me parecen perfectos. 
Se produjo un silencio cargado de tensión entre los ojos aguados de Mía y los ojos cargados de esperanza de Guillermo. Y, de golpe, el equipo de música volvió a sonar con "Alivio" de Rozalén. 
Guillermo soltó a Mía y se dispuso a irse.
-No te vayas... Por favor. No te vayas. No me dejes sola.
-¿Para qué? Si yo no puedo ayudarte.
La canción dijo en ese silencio: "Y en cambio, cuando te miro, todo cobra sentido..."
Se abrazaron muy fuerte, oprimiéndose el pecho hasta dejar de respirar y susurraron, Mía apoyada en su pecho y Guillermo con su cabeza apoyada en la cabeza de ella: "Y si vale la pena, es por ti..."
Pero esa minúscula muestra de algo que se podría llamar "amor", no iba dirigida el uno al otro, no. Otra persona se interponía en esa naciente relación.