Romperle el corazón no fue la mejor opción.

Martes, 21 de mayo. 22:06

Después de más de una hora y media de anestesia emocional, Sandy entró en su casa y se dejó caer sobre el sofá. Una horrible pena la inundaba de lágrimas procedentes de lo más hondo de su querer. Esa pena iba acompañada de unos temblores impropios de su cuerpo. No podía evitar llorar, al igual que no pudo sostener el bolso en su mano, las fuerzas le fallaban, y cayó al suelo provocando que la pantalla de su móvil iluminara el techo de la sala.

Miró el reloj y vio que se había dormido durante una hora, pero unos golpes violentos en su puerta, la despertaron.
-¡Mía! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre la puerta!- Reconoció perfectamente la voz, podrían pasar siglos y siglos, que siempre distinguiría la voz de Lucas entre un millón de voces.

Abrió la puerta mientras se cubría los hombros con una mata fina y terminaba de secarse las lágrimas de su rostro.
-¿A qué vienen esos gritos?
-¿Qué quieres de mí?- El joven no paraba de gritar.
-¿Cómo? Mira Lucas, pasa dentro de casa, no quiero que mis vecinos te escuchen gritar. Y tranquilízate.
-Está bien, puedo pasar y hablar contigo como personas adultas y civilizadas, claro. Ah, no, espera, las personas adultas saben reconocer a alguien cuando lo dan todo por ellos y no los abandonan como a un puto perro cuando creen amarles demasiado. Pero vaya, resulta que aquí no se da ese caso.
-Lucas, por favor, si no dejas el tono sarcástico y los gritos, te vas a ir de mi casa. Me estás desquiciando.
-Uy, perdone, la princesita tiene jaquecas.
-¡Lucas! ¡Me estás haciendo daño! ¡Para!
-No eres la más indicada para hablar de dolor, Ahora dime, ¿por qué has vuelto?- Lucas había variado el tono de su voz. Ya no gritaba, era una mezcla entre indiferencia y despecho.
-Sentí la necesidad de hacerlo.-Mía miró al suelo con gesto de culpabilidad.
-No me vale, Mía.
-Sandy- interrumpió de golpe la chica.
-Ahora mismo no tengo nada por lo que llamarte Sandy.
-Está bien, de acuerdo, yo he hecho un viaje de más de una hora y media para hablar contigo y me he vuelto a casa sin decir nada. Pero tú has hecho lo mismo viniendo hasta aquí. Podría reprocharte y gritarte que por qué has hecho eso, ¿no? ¿Acaso yo te importo algo, yo que sólo causo dolor a mi paso? De hecho, has incumplido todo lo que plasmaste en la cara, no podría creer nada de lo que me digas ahora.- Sandy se dio la vuelta y sacó de su bolso un cigarro. Pero Lucas no se movió del sitio y dijo con toda la rabia del mundo lenta y claramente:

-¿Quieres provocar que yo no rehaga mi vida?¿Quieres provocar que viva pegado al teléfono, al correo, o fijándome detenidamente en cada uno de los coches que se acercan a cada lugar en el que me encuentro? No lo entiendes, Mía, siempre haces lo mismo. 
-Siempre hago, ¿qué?
-Aparecer en el peor momento. Aparecer, volver mi mundo del revés y dejarme loco para volver a irte.
-No tienes motivos para decirme eso, no fui yo la primera que dio por perdida esta batalla, la primera que decidió abandonar en el momento más crítico. No fui yo la primera en desaparecer del lado del otro. No, Lucas, fuiste tú. Si ahora he vuelto es porque todo este tiempo que hemos estado alejados, he vivido anestesiada, de una forma asexual. Sólo me he centrado en mis estudios, todo este puto tiempo, centrada en mi carrera para no pensar en ti. Pero resulta que para un puto día que decido salir con amigas, para un puto día que pienso que es el momento de conocer a gente nueva que pueda curarme las heridas que me crea la distancia, el no tenerte, para un puto día que decido salir por esta ciudad del demonio, cuando por fin me hago a la idea de que he abandonado al amor de mi vida, resulta que en el reproductor de mi coche aparece un disco de no sé cuándo poniéndome una puta canción de Bruce. Una canción que me escupía en la cara lo cruel y dura que había sido dejándote tirado. Me escupía que tú no merecías algo como yo, merecías algo bueno, algo de verdad, algo mejor que yo. Pero me escupía aun más que no tenía que abandonar tan pronto la batalla, que no era tarde, que nunca sería tarde para intentarlo contigo, porque tú eres el que vuela. Y de golpe, recordé la carta que me escribiste el mismo día que decidí desprenderte de mi lado. Una carta en la que jurabas y perjurabas que me esperarías aunque fuese el motivo último de tu vida. Una carta que parece que has olvidado y, sobre todo, incumplido. Sí, era egoísta por mi parte pensar que me esperarías pasara lo que pasara, pero yo siempre he creído en ti y en tus palabras y volví. Volví para decirte que no me esperaras ni un segundo más porque esta vez volvía para quedarme, para hacerte el verdadero hueco que siempre has merecido en mi vida, para intentar colarme en la tuya y para intentar envejecer y morir a tu lado.

Lucas contestó de una forma pausada y sobria, que hizo erizarse a la chica:
-Te he estado esperando cada milésima de tiempo desde que te largaste sin decir nada, sin dejar una dirección, sin dar un bueno motivo o sin pensar qué sentiría yo al despertarme y ver que habías vuelto a desaparecer. Te he estado esperando solo, angustiado y enamorado cada minuto de tu ausencia. Y resulta que unos pocos meses antes de que la princesita traumatizada decidiera volver, una chica normal, nada especial, que a Sandy nunca le hubiera hecho ni un cachito de sombra, dio su aliento por intentar secarme las lágrimas de mi rostro. Dio su piel por curar las heridas que "la mujer de mi vida" me había provocado. Dio trocitos de su propio corazón para enmendar el mío. Se preocupó por cada mínimo detalle, de que a mí no me faltara nada, de llenar de provisiones mi vida mientras mi amada Sandy, mi amada "salvadora" me robaba las ganas de vivir. Yo sólo era capaz de levantarme de la cama y afrontar un nuevo día con la esperanza de ver a mi novia regresar y que esta vez fuera para siempre. Pero Ana me dio otro motivo para vivir: yo mismo. Sí, eso que siempre defendiste a muerte, eso mismo me lo ha enseñado ella. Nunca podré conseguir que cada respiración tuya no provoque un nuevo motivo para mi propia respiración. Nunca dejaré que nadie ocupe tu lugar, Mía, en mi mundo eres irremplazable. Pero, y óyeme bien, nunca te atrevas a echarme en cara que no te esperé. Nunca te atrevas a echarme en cara que incumplí la promesa de mi carta. Nunca. 
-Si la quieres tanto y lo ha dado todo por curar las heridas que yo te he hecho y que, según tú, son imposibles de curar, ¿por qué estás a más de una hora y media de tu casa en vez de abrazarla en la cama y tranquilizarla porque ese puto fantasma del pasado que ha aparecido en el parking nunca más volverá a molestaros y mucho menos la eclipsará a ella? 
-Porque eso sería mentirle. Quizás no sea el momento de abandonarlo todo por ti, Mía. Quizás ahora no te toca ser la protagonista de más vidas que la tuya propia. Has aparecido en un tiempo de cambios, complicado. Estoy buscando trabajo y he encontrado a alguien que me quiere y que se deja querer. He encontrado a alguien con quien las cosas cada día van mejor. Ha llegado el momento en el que cada noche me acuesto con la tranquilidad de que no aprovechará mi sueño para desaparecer. Ha llegado el momento en el que cada mañana no me levanto con el miedo a que ya no esté. Lo siento, Mía, pero esta es la verdad. No sé qué esperabas de tu visita, pero no voy a mentirte. Quizás en dos, tres, cuarenta años sea nuestro momento, pero desde luego hoy no lo es. Me voy, te deseo lo mejor en el mundo, nunca lo dudes.

Mía sintió como su corazón reventaba en miles de cristales que la asfixiaban, que la dejaban sin respiración.
-Lucas.-Mía hizo un gesto antes de que el chico abriera la puerta.
El joven tragó saliva e hizo un gesto con la cabeza para que la chica hablara.
-Te quiero.

Lucas cerró la puerta y comenzó a bajar las escaleras mientras su corazón comenzaba a desconcharse como una pared con humedades. Lucas sentía admiración por lo que acababa de hacer y reproche por dejar pasar este momento. Pero era su instinto, al que por fin dejó que le guiara, el que le dictó que hiciera lo correcto. 
Llegó al coche y rompió a llorar como nunca antes lo había hecho. Ella, su Sandy, había vuelto a por él y no había sabido reaccionar como ella le pedía. Había pocas cosas que Sandy le pidiera, pero para una que hizo, él la rechazó. Se sentía la peor persona del mundo sabiendo que su querida Mía, su Sandy del alma, estaría rota como un espejo que cae desde lo alto de un rascacielos. Arrancó el coche y volvió a su monótona vida de falsos "te quieros".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puta