Bajo la lluvia. (Parte V) ¿Final?

Viernes, 22 de febrero. 07:02
Cuando desperté ella ya no estaba. Me dio mucho coraje, porque me apetecía hacerle el desayuno, que se despertara como la princesa que es. Me apetecía desayunar con ella en la cama, ver cómo su sonrisa iluminaba la mañana. Me apetecía terminar de desayunar y comenzar el desayuno de besos, que ella se sintiera mal y que me pidiera llevarla a su casa. Me apetecía ver cómo se cambiaba desde el marco de la puerta y que ella volviera a reír por estar parado como un pasmarote mirándola. Me apetecía decirle que no recogiera nada, que la llevaba a su casa. Me apetecía ver su cara de preocupación sentada en mi coche mirando su casa y diciendo que tenía que entrar pero que no sabía cómo decirle a su madre nada, que no sabía hablar con ella. Me apetecía que inventara historias conmigo de dónde había pasado la noche. Me apetecía que me dijera de huir juntos hacia ninguna parte. Esa idea creo que sólo la hubiera compartido yo, pero para mí mismo, no tengo el valor de decirle nada. 
Pero bueno, ella se fue. Y se fue sin poder disfrutar ni de un último beso. También es cierto que nuestro último beso fue el más mágico de la historia de los besos. Ella se había ido sin despedirse, sin decir nada. Y no la culpo, bastantes problemas debe tener ya como para que aceptara quedarse en mi casa.
Me levanté despacio y comencé a abrir las cortinas, vi que ella había dejado la ventana abierta, como era natural de sus costumbres. Me lavé la cara en el baño y vi esa cara de roto que se me marcaba cuando me levantaba sin ella a mi vera. Aún, después de un año, vi que seguía teniéndola. Me acerqué a la cocina y para mi sorpresa había una nota con una de mis margaritas de plástico encima. "No ha podido comprar el clavel blanco que siempre me regalaba", pensé y sonreí. En la nota, que más que nota era un relato, estaba escrito exactamente lo que os acabo de leer. 
Por cada línea de texto por la que mis ojos se deslizaba, empeñaban cada vez más mi mirada. Y me duele reconocer que lloré. Pero lloré de alegría. Lloré porque ella me amaba como yo la amaba a ella. Dejé de sentirme un loco receloso por seguir siento cosas por ella, aunque hubiera pasado más de un año y todo el desastre hubiera sido mi culpa. Seguramente ella estaba más loca que yo. Pero las personas locas tienen un magnetismo que te obliga a no despegarte de ellas. Tienen un magnetismo hipnótico que enamora a cualquiera. Y si juntas dos locos... pasa lo que nos pasó. "Ay, Lucas", pensé recriminándome el dejarla marchar en su día. Me preparé un café para desayunar mientras miraba por la ventana. Esa ventana que estaba llena de emes de todos los tamaños y formas. Emes salidas directamente desde las yemas de los dedos de mi Sandy. Jamás las borraré. Esas emes significan todo. 
De golpe, mi móvil comenzó a sonar. Supe enseguida quién era, le puse una melodía especial a ese contacto. Le puse "Estrella de la muerte" de Iván Ferreiro porque me hacía gracia un comentario que hizo Sandy un día cuando ella llamó. Sandy cuando era mi Mía, mi Sandy, sólo mía. Así, indirectamente, todos los días la recordaba. 
Marla estaba al teléfono y yo no tenía ni ganas ni fuerzas de contestar. Así que dejé que la melodía sonara hasta su fin. "Mátame, mátame mucho..." y volví a sonreír mientras me secaba las últimas lágrimas. También para Sandy tenía una melodía especial, pero esa nunca sonaba. De hecho, he eliminado esa canción de todas mis memorias de almacenamiento para que el día que suene, suene porque tenga que sonar. Esa melodía me la reservo para otro recital, chicos, no os voy a quitar ya la magia. 
La verdad es que pensé en vestirme y recorrer el camino en dirección contraria por el que vi a Sandy. Quería intentar encontrarla, mirarla desde lejos, que ella encontrara mi figura escondiéndose en su miopía y poderle guiñar un ojo. Quería que no se olvidara de mí. Quería que ella siempre me tuviera en su recuerdo. 
Pero no era el momento. Si hubiera sido el momento, Sandy me hubiera hecho un gesto, me hubiera dicho que atacara ahora. Pero no. No lo hizo. Se fue sin hacer ruido. Se fue por el mutis. 
Y de golpe, me vino a la cabeza su afirmación, "sé que quieres escribir nuestra historia". Dejé la taza en el mostrador de la cocina y corrí a sentarme en el escritorio del salón, frente a mi portátil. Empecé a escribirlo todo como un diario. "A aproximadamente las doce y cuarto, pasó esto. A aproximadamente la una menos algo, lo otro. Casi a las dos, lo último. Su pedazo de relato. Y ahora lo último." Me salió sólo. Creo que lo acabé en menos de dos horas. Mis dedos se deslizaban por las teclas, era un chute de inspiración lo que Sandy había dejado en mí. "Ay, mi Sandy, mi noche mágica de fuegos de artificio, mi sueño." Y volví a llorar. Pero ya no era un llanto frío. Ya no llovía, ya no hacía frío. Sólo existía la humedad de la mañana. La humedad que predice un día magnífico, un día de sol, un día de Sandy. 
Sandy, aquí te espero. 
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Domingo, 31 de marzo. 10:45
Los aplausos inundaron la pequeña cafetería donde se produjo el recital de Lucas. Sandy, saliendo ya del local, le hizo un gesto con la cabeza de aprobación. De aprecio. De orgullo. De amor. Lucas le devolvió el gesto y siguió agradeciendo esas muestras de admiración por parte de su público. 
Bajó del escenario y se acercó a la barra. 
-Muy conmovedor, Lucas.- dijo Helena mientras le acariciaba el brazo. 
-¿Crees que le habrá gustado, Helena?- dijo Lucas mirando a la barra mientras seguía sonriendo.
-¿Ha venido, no? Pues ya tienes tu respuesta. Y ahora, de forma extraoficial, te digo que la he visto llorar. Y no como cualquiera de los ahí sentados que se han secado alguna lágrima, no. Ha llorado porque te echa de menos. Te sigue queriendo, Lucas. Pero yo jamás te he dicho nada.- Helena se alejó para atender a otro cliente y volvió.
-Helena, ya queda menos. Queda poco para que podamos volver a estar juntos.
-Lleva cuidado porque no sé qué demonios os pasa que cada vez que estáis cerca de tocar el cielo, todo se va a la mierda. Por favor, no os hagáis daño mutuamente de nuevo. No os queméis. 
-No te preocupes, estoy curado de espantos.- Helena hizo un gesto de suspicacia con la cara. -Ahora me tengo que ir que Marla viene hoy a la ciudad. Gracias por el bolo, Helena. Y gracias por hacer que ella viniera. Eres nuestro ángel.
-No os advierto más, haced lo que queráis. Luego os buscaré con una escoba y  un recogedor para barrer los pedazos que queden vuestros por el suelo. 
Lucas se abalanzó sobre la barra, le dio un beso en la mejilla y agarró su gabardina apoyada en el taburete. Salió del local, haciéndole un gesto de despedida con la mano y la cabeza a Helena desde el cristal y continuó caminando por la calle. 


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