Perder a esa persona que pensabas que no iba a alejarse
nunca, sucede por instantes.
Lo que
primero suele suceder es que se acueste antes que tú. Y duerma.
No se queda
leyendo, escuchando música o haciendo cualquier cosa, no. Duerme. Con la luz
apagada y nada sobre las sábanas. Y cuando llegas a abrazarla y a decirle que
es el momento que más esperabas del día, ella no se gira. Continúa durmiendo. Y
ahí es cuando empiezas a notar como si estuvieras sobre una fina capa de hielo que
empieza a desquebrajarse. Y no, no hay dónde apoyarse.
Pero por las mañanas siempre encuentras esa dulce sonrisa
falsa. Porque aunque sea falsa, tú la vas a ver como la más cierta sonrisa del
mundo. Porque no quieres que eso pase, quieres evitarlo. Y los seres humanos
tendemos a pensar que si no lo vemos, es que no está sucediendo.
Ya nunca te
arranca la mano de la palanca de cambios durante los viajes para notar tu
calor, notar tu tacto. Ya no te devuelve las sonrisas. Ya nunca te abraza por
la espalda mientras te das esa ducha que has necesitado durante todo el día. Y
notas que esa ducha sin ella, no era todo lo que necesitabas. Ya nunca te
interrumpe mientras haces cualquier cosa porque resulta que su canción del día,
o en el libro que ahora lee, está la frase más bonita que hayas oído nunca.
De hecho, ya
nada comparte contigo. Pasáis de una relación en bienes gananciales a una
relación con separación de bienes.
Llegas a casa y siempre la misma escena: toma té y mira por
la ventana, deseando ser sólo viento. Y cuando nota que eres tú el que abre la
puerta, rápidamente se seca unas lagrimillas insolentes que se habían
precipitado con demasiado contenido insoluble en agua salada. Y otra vez esa
falsa y dulce sonrisa que comienza a romper la capa de hielo justo entre tus
piernas. Y ahí sólo tienes un segundo para decidir hacia qué lado quieres ir.
Si quieres dejarla libre como parece que necesita, o intentarlo con un nivel de
compromiso mayor. Es una decisión en la que no puedes pensar mucho, tienes que
hacerla al instante. ¿Hacia qué lado quieres ir?, ¿Hacia la derecha?, ¿Hacia la
izquierda? Quizás sólo necesites caer y que tu cuerpo comience a congelarse
lentamente, sintiendo cómo cada uno de tus nervios deja de transmitir
sensaciones hasta el colapso. Hasta que tu actividad cerebral desaparezca junto
con tu respiración. Y maldices mil veces el instinto de supervivencia animal.
Decides que es el momento perfecto para que ella sepa que
quieres envejecer, que quieres engordar y que quieres tener minitús sólo con
ella. Que quieres morir en sus brazos y que ella muera en los tuyos.
Y, queridos amigos, al final la capa de la derecha no era la
más conveniente, y acabas muriendo congelado entre sus frías y crueles palabras
de rechazo. Y lloras porque ella llora. Y lloras porque, probablemente, esa sea
la última vez que la ves llorar.
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