Sandy, no.

Abrí los ojos con el portazo que Sandy dio al salir. Me levanté corriendo para seguirla, pero había desaparecido entre la gente de la calle. No la encontraba por ningún sitio. Probablemente, se hubiera desvanecido como una sombra. 
Iba medio desnudo, en calzoncillos de dormir, como era habitual en mí, cerré la puerta y me apoyé con las manos sobre la cara. Me costaba horrores imaginarme otra vez la vida sin ella. Volverla a perder. Volver a estar solo. Volver al alcohol y a las noches viviendo deprisa. 
Suspiré fuertemente y observé que en mi escritorio, Sandy había dejado una carta. 

Querido Sandy, 
No quiero marcharme, pero tengo que hacerlo. A tu lado siento dependencia. Me siento cohibida. Siento que si desapareces, me muero. Y eso no es sano. No quiero que mi amor se vuelva una obsesión. 
Después de tanto tiempo, he acabado asumiendo que la vida tiene sorpresas. Sabes que odio las sorpresas, pero no puedo controlarlo todo.
Estos últimos dos meses han sido increíbles, pero no puedo seguir así. ¿Y si te cansas de mí? ¿Qué voy a hacer yo cuando te canses de mí? Ante todo, quiero ser libre. Y como quiero ser libre, elijo la soledad.

Tu Sandy.

No paraba de repetirme "Sandy no. Sandy, no lo hagas. Sandy, otra vez no. Sandy..." Hasta que grité de impotencia con lágrimas brotando de mis ojos como si de balas de plata se tratasen "SANDY, VUELVE"
Un ruido me despertó. Eran las seis y media de la mañana y mi Sandy me abrazaba fuertemente contra su pecho. En ese momento lo único que pensé fue "Me podría quedar así toda la vida." 
Me asusté al procesar esas palabras en mi interior. Mi vida se había resumido a vivir abrazada a él. Nada más necesitaba. Estaba segura de que podía hasta dejar de comer. Nada, no necesitaba nada. Me asusté mucho. Mucho. Y del espanto, decidí volver a hacer las maletas. Es cierto que llevaba dos años sin estar con él. Es cierto que llevábamos enamorados desde la primera vez que nos vimos. Pero del amor a la obsesión, hay un paso que no estaba dispuesta a dar.  Mi libertad era imprescindible en mi vida, pero con él no podría tenerla. 
Me levante con cuidado de no despertarle y me dispuse a empacar todas mis cosas. No eran muchas, sólo había estado dos meses en esa casa. Dos meses en los que apenas hicimos otra cosa que no fuera beber, follar, fumar, ver cine o pasar el tiempo mirándonos. Contando poemas, leyendo prosas de Benedetti o Cortázar, escuchando música, mi música, su música. Exponiendo temas para hacer pequeños debates y discusiones que siempre acababan en la cama, o donde nos pillara más cerca. El sitio no era el problema. Pero todo tenía un límite. Mi vida no podía girar en torno a él, igual que la suya no podía hacerlo en torno a mí. Y la única forma era volver a desaparecer. 
Quería escribirle una bonita carta, con versos de canciones, de poemas, de citas propias. Pero me asusté al pensar que podría despertarse y quebrar mis planes. Escribí una carta clara y concisa, explicando mis motivos. No recuerdo si le dije que lo amaba. Salí corriendo y vi que se despertaba y corría detrás de mí, así que sólo pude esconderme en el portal de al lado mientras observaba como salía medio desnudo a la calle y en su rostro el más horrible dolor le maquillaba los ojos de carmín.
Lo último que escuché cuando me dirigía a bajar a la estación del metro, fue un grito procedente de mi ventana que decía "SANDY, VUELVE".

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